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Pedro Miguel-Clases de Filosofía y Ética

El Barroco.-

—Vayamos a sentarnos en el salón, querida alumna. ¿Qué hora es?
—Las cuatro.
—Hoy hablaremos del siglo XVII.
Entraron en el salón de techo abuhardillado, con la ventana en el mismo techo. Sofía se fijó en que Alberto había cambiado algunos objetos por otros. Había algunos que no estaban la última vez. En la mesa había una cajita con una pequeña colección de diferentes lentes. Junto a la cajita había un libro abierto. Era muy antiguo.
—¿Qué es eso? —preguntó Sofía.
—Es la primera edición del famoso libro de Descartes Discurso del Método, del año 1637. Es uno de mis tesoros más preciados.
—¿Y la cajita... ?
—... es una excelente colección de lentes, o cristales ópticos. Fueron pulidos por el filósofo holandés Spinoza hacia mediados del siglo XVII. Me ha costado una fortuna pero es uno de mis mas valiosos tesoros.
—Seguramente comprendería el valor del libro y de la cajita si supiera quienes fueron esos Spinoza y Descartes.
—Desde luego. Intentemos primero entrar un poco en la época en la que vivieron. Sentémonos.
Se sentaron igual que la última vez; Sofía en un gran sillón, y Alberto Knox en el sofá. Entre ellos se encontraba la mesa con el libro y la cajita. Al sentarse, Alberto se quitó la peluca y la puso sobre el escritorio.
—Vamos a hablar del siglo XVII, o de lo que solemos llamar época barroca.
—¿La época barroca? Qué nombre más raro, ¿no?
—La palabra "barroco" viene de otra que en realidad significa "perla irregular". Típicas del arte de la época barroca son las formas llenas de contrastes, a diferencia del arte renacentista, que era más sencillo y más armonioso. El siglo XVII se caracterizaba, en general, por una tensión entre contrastes irreconciliables. Por un lado, continuó el ambiente positivo y vitalista del Renacimiento, y por otro había muchos que buscaban el
extremo opuesto, con una vida de negación del mundo y de retiro religioso. Tanto en el arte como en la vida real nos encontramos con una vitalidad pomposa y ostentosa, al mismo tiempo que surgieron movimientos monásticos que daban la espalda al mundo.
—Así que castillos majestuosos y conventos escondidos.
—Pues sí, algo así.
Una de las consignas de la época barroca era la expresión latina "carpe diem", que significa "goza de este día". Otra expresión latina que se citaba frecuentemente en la misma época era el lema «memento mori», que significa «recuerda que vas a morir». En cuanto a la pintura, un mismo cuadro podía mostrar una vitalidad bastante grandilocuente, a la vez que abajo, en una esquina, aparecía un esqueleto pintado. En muchos contextos la época barroca estaba caracterizada por la vanidad y la cursilería. Pero muchos también se interesaron por el revés de la medalla, ocupándose de lo "efímero" de todas las cosas.
Es decir, que todo lo hermoso que nos rodea va a morir y desintegrarse.
—Pero es verdad. Yo me pongo triste cuando pienso en que nada dura.
—Entonces piensas exactamente igual que mucha gente en el siglo XVII. También políticamente el Barroco fue la época de los grandes contrastes. En primer lugar, Europa estaba traumatizada por las guerras. La peor de todas fue la Guerra de los Treinta Años, que arrasó el continente desde 1618 a 1648. Se trataba en realidad de toda una serie de guerras, especialmente perjudiciales para Alemania. Como consecuencia, en parte, de esta "guerra de los treinta años", Francia empezó a ser la potencia dominante en Europa.
—¿Por qué lucharon?
—En gran medida fue una lucha entre protestantes y católicos. Pero también se trataba de poder político
—Más o menos como en el Líbano.
—Por lo demás, el siglo XVII estaba caracterizado por grandes diferencias de clase. Seguramente habrás oído hablar de la nobleza francesa y de la corte de Versalles, pero no sé si habrás oído algo sobre la pobreza de la gente. Cualquier "despliegue de esplendor" supone un "despliegue de poder". Se ha dicho que la situación política de la época barroca puede compararse con el arte y la arquitectura de la época. Los edificios del barroco se caracterizaban por un sinfín de recovecos y recodos complicados, de la misma manera que la situación política se caracterizaba por alevosías e intrigas.
—¿No hubo un rey sueco que fue asesinado en un teatro?
—Estarás pensando en Gustavo III, que es un buen ejemplo de lo que estoy diciendo. Gustavo III no fue asesinado hasta 1792, pero bajo circunstancias bastante «barrocas».
Fue asesinado durante un gran baile de máscaras.
—Creía que había sido en un teatro.
—El gran baile de máscaras tuvo lugar en la ópera. La época barroca de Suecia duró hasta el asesinato de Gustavo III. El reinado de este rey se denomina "despotismo ilustrado", más o menos como bajo Luis XIV casi cien años antes; Gustavo III era un hombre muy vanidoso, amante de ceremonias afrancesadas y frases corteses. Cabe decir que también amaba el teatro...
—Lo que le causó la muerte.
—Pero el teatro fue en la época barroca algo más que una simple expresión artística. También fue el símbolo más importante de la época.
—¿Símbolo de qué?
—De la vida, Sofía. No sé cuantas veces durante el siglo XVII se dijo aquello de que "la vida es un teatro", pero te aseguro que fueron muchas. Precisamente en la época barroca nació el teatro moderno, con decorados y maquinaria escénica. Se representaba en escena una ilusión, para revelar después que esa actuación en el escenario sólo había sido una ilusión. De esa manera, el teatro se convirtió en una imagen de la vida humana en general, que podía hacer una representación despiadada de la mezquindad humana.
— ¿Shakespeare vivió en la época barroca?
—Escribió sus grandes obras alrededor de 1600, de modo que tenía un pie en el Renacimiento y otro en la época barroca. Pero ya en Shakespeare encontramos montones de frases sobre la vida como un teatro. ¿Quieres algunos ejemplos?
—Con mucho gusto.
—En la pieza Como gustéis dice:
Todo el mundo es una escena
sobre la cual los hombres y mujeres son
pequeños actores que vienen y van.
Un hombre ha de hacer muchos papeles en la vida.
Y en Macbeth dice:
Sombra ambulante es esta vida,
mísero actor que en el escenario se afana
y pavonea un momento y al cabo,
para siempre, calla su voz.
Relato de un idiota lleno de ruido y furia,
que nada significa.
—Muy pesimista, ¿no?
—Se interesaba por la brevedad de la vida. Puede que hayas oído la cita más famosa de todas las de Shakespeare.
—"Ser o no ser, ésa es la cuestión".
—Sí, eso lo dijo Hamlet. Un día andamos por el mundo, al día siguiente habremos desaparecido.
—Pues sí, empiezo a darme cuenta de eso.
—Cuando los poetas y escritores de la época barroca no comparaban la vida con un teatro, la comparaban entonces con un sueño. Shakespeare, por ejemplo, dijo: "Somos del mismo material del que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está  rodeada de sueño...".
—Qué poético.
—El escritor español Calderón, que nació en 1600, escribió una obra de teatro que se llamaba La vida es sueño. En esa obra dice:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
—Tal vez tuviera razón. Hemos leído una obra en el instituto. Se llamaba Jeppe en la Montaña.
—Si, de Ludvig Holberg. Aquí en el norte de Europa fue una gran figura de la transición entre la época barroca y la Ilustración.
—Jeppe se durmió en una cuneta y luego se despertó en la cama del barón. Entonces pensó que simplemente había soñado que era un pobre campesino. Luego, cuando vuelve a dormirse le llevan de nuevo a la cuneta donde se vuelve a despertar. Entonces cree que ha soñado que ha dormido en la cama del barón.
—Holberg tomó prestado este motivo de Calderón, y Calderón lo había tomado prestado de los viejos cuentos árabes de Las mil y una noches. No obstante, comparar la vida con un sueño constituye un motivo que encontramos aún más atrás en la Historia, sobre todo en la India y en China. El viejo sabio chino Zhuangzi, por ejemplo dijo:
Una vez soñé que era una mariposa, y ahora ya no sé si soy Zhuangzi que soñó que era una mariposa, o si soy una mariposa que sueña que soy Zhuangzi.
—Al menos no se podía comprobar cuál era la verdad.
—En Noruega tuvimos un genuino poeta barroco que se llamaba Petter Dass. Vivió de 1647 a 1707. Por un lado quería describir la vida de aquí y ahora, y por otro lado subrayó que sólo Dios es eterno y constante:
Dios es Dios aunque todas las tierras estén desiertas.
Dios es Dios aunque todas las gentes estén muertas...
Pero en el mismo salmo también describió la naturaleza del norte de Noruega y hasta las especies de peces que allí se encuentran. Éstos son rasgos típicamente barrocos. Dentro del mismo texto se describe lo terrenal, lo de aquí, a la vez que lo celestial, lo del mas allá. Todo esto recuerda en cierto modo a la distinción que hacía Platón entre el mundo concreto de los sentidos v el mundo inalterable de las ideas.
—¿Y cómo era la filosofía?
—También la filosofía se caracterizaba por fuertes tensiones entre maneras de pensar completamente opuestas. Como ya hemos visto, algunos pensaban que la existencia era, en el fondo, de naturaleza espiritual. Ese punto de vista se llama idealismo. El punto de vista contrario se llama materialismo , por el que se entiende una filosofía que reduce todos los fenómenos de la naturaleza a magnitudes físicas concretas. También el materialismo tenía muchos defensores en el siglo XVII. El más importante de todos ellos quizás fuera el filósofo inglés Thomas Hobbes. Todos los fenómenos, también hombres y animales, están compuestos exclusivamente de partículas de materia, dijo Hobbes. Incluso la conciencia del ser humano, o su alma, se debe a los movimientos de partículas minúsculas en el cerebro.
—Entonces pensaba lo mismo que Demócrito mil años antes.
—Tanto el "idealismo", como el "materialismo" se repiten continuamente a través de la historia de la filosofía. Pero en pocas otras épocas las dos tendencias han estado tan presentes al mismo tiempo como en la barroca. El materialismo se nutría constantemente de las nuevas ciencias naturales. Newton señaló que las mismas leyes de los movimientos rigen en todo el universo. Pensaba que todos los cambios que se dan en la naturaleza, es decir en la Tierra y en el espacio, se deben a la ley de gravedad y a las leyes sobre los movimientos de los cuerpos. Significa que todo está dirigido por las mismas leyes inquebrantables o "mecánica". Por tanto, es en principio posible calcular cualquier cambio en la naturaleza con una exactitud matemática. De esa forma, Newton colocó las últimas piezas en lo que llamamos «visión mecánica del mundo».
—¿Se imaginó el mundo como una gran máquina?
—Exactamente. La palabra «mecánico» proviene de la palabra griega mechane, que significa máquina. Pero conviene tomar nota de que ni Hobbes ni Newton observaron ninguna contradicción entre la visión mecánica del mundo y la fe en Dios. No fue siempre así entre los materialistas de los siglos XVIII y XIX.
El médico y filósofo francés La Mettrie escribió a mediados del siglo XVIII un libro que se llamó L'Homme machine, que significa "El hombre máquina". De la misma manera que las piernas tienen músculos para andar, dijo, el cerebro tiene "músculos", para pensar. Más adelante, el matemático francés Laplace expresó un concepto extremadamente mecánico con el siguiente pensamiento: si una inteligencia hubiera conocido la situación
de todas las partículas de materia en un momento dado, "no habría nada inseguro, y tanto el futuro como el pasado estarían abiertos ante ella". Esta frase expresa la idea de que todo lo que ocurre está decidido de antemano. Lo que va a suceder "está en las cartas". Este concepto lo llamamos determinismo.
—Entonces el ser humano no puede tener libre albedrío.
—No, todo es producto de procesos mecánicos, también lo son nuestros pensamientos y nuestros sueños. En el siglo XIX, varios materialistas alemanes dijeron que los procesos del pensamiento se relacionan con el cerebro como la orina con los
riñones y la bilis con el hígado.
—Pero tanto la orina como la bilis son algo material. El pensamiento no lo es.
—Estás tocando un punto muy importante. Puedo contarte una historia que expresa lo mismo. Érase una vez un astronauta y un neurólogo rusos que discutían sobre religión. El neurólogo era cristiano, y el astronauta no. "He estado en el espacio muchas veces", se jactó el astronauta, "pero no he visto ni a Dios ni a los ángeles". "Y yo he operado muchos cerebros inteligentes, contestó el neurólogo, pero nunca he visto un solo pensamiento”.
—Eso no significa que no existan los pensamientos.
—Pero subraya que los pensamientos no son cosas que puedan operarse o dividirse en partes cada vez más pequeñas. No resulta, por ejemplo, muy fácil extirpar, mediante una operación, una idea errónea; por algo se ha metido tan adentro. Un importante filósofo del siglo XVII, llamado Leibniz señaló que la gran diferencia entre lo que está hecho de "materia" y lo que está hecho de "espíritu", precisamente es que lo material puede
dividirse en trozos cada vez más pequeños. Pero no se puede dividir un alma en dos.
—¿Pues qué cuchillo serviría para eso?
Alberto se limitó a mover la cabeza. Señaló la mesa y dijo:
—Los dos filósofos más importantes del siglo XVII fueron Descartes y Spinoza.
También ellos lucharon con cuestiones como la relación entre "alma" y "cuerpo". Vamos a estudiarlos un poco más detenidamente.
—Por mí puedes empezar, pero si no hemos acabado a las siete tendré que llamar por teléfono.

Descartes.-

Descartes.-

Alberto se levantó para quitarse la capa roja, que puso sobre una silla, y se volvió a acomodar en el sofá.

 

—René Descartes nació en 1596 y vivió una vida errante por Europa. Desde muy joven había nutrido una fuerte esperanza de conseguir conocimientos seguros sobre la naturaleza de los hombres y del universo. Pero después de haber estudiado filosofía se convenció cada vez más de su propia ignorancia.

 

—¿Más o menos como Sócrates?

 

—Mas o menos como él, sí. Como Sócrates, estaba convencido de que sólo nuestra razón puede proporcionarnos conocimientos seguros. No podemos fiarnos de lo que dicen los viejos libros. Ni siquiera podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros

 

sentidos.

 

—Así pensó Platón, también él opinó que sólo la razón nos puede proporcionar conocimientos seguros.

 

—Exacto. Hay una línea que va desde Sócrates y Platón y que pasa por San Agustín antes de llegar a Descartes. Todos estos filósofos fueron racionalistas. Opinaban que la razón es la única fuente segura de conocimiento. Tras extensos estudios, Descartes llegó a la conclusión de que los conocimientos que se habían heredado de la Edad Media no eran necesariamente de fiar. En este punto quizás podríamos compararlo con Sócrates,

 

que no se fiaba de las opiniones corrientes con las que solía encontrarse en la plaza de Atenas. ¿Y entonces qué hace uno, Sofía, me lo puedes decir?

 

—Entonces uno empieza a filosofar por cuenta propia.

 

—Justamente. Descartes decidió empezar a viajar por Europa, de la misma manera que Sócrates empleó su vida en conversar con las gentes de Atenas. Descartes nos cuenta que a partir de entonces sólo buscará aquella ciencia que pueda encontrar en él mismo o en el gran libro del mundo. Se adhirió por tanto al servicio de la guerra, que le llevó a varios lugares de Centroeuropa. Más adelante vivió unos años en París, pero en 1629 se

 

fue a Holanda, donde vivió casi 20 años trabajando en sus tratados filosóficos. En 1649 fue invitado a Suecia por la reina Cristina. Pero la estancia en ese lugar que él denominó la tierra de los osos, del hielo y las rocas, le provocó una pulmonía, y Descartes murió en el invierno de 1650.

 

—Con sólo 54 años.

 

—Pero llegaría a tener una gran importancia para la filosofía, incluso después de su muerte. No es ninguna exageración decir que fue Descartes quien fundó la filosofía de los tiempos modernos. Tras el entusiasta redescubrimiento del renacimiento del ser humano y de la naturaleza, surgió de nuevo una necesidad de recoger las ideas de la época en un sistema filosófico consistente. El primer gran sistematizador fue Descartes. Luego le siguieron Spinoza y Leibniz, Locke y Berkeley, Hume y Kant...

 

—¿Qué quieres decir con un «sistema filosófico»?

 

—Con eso quiero decir una filosofía construida desde los cimientos y que procura encontrar una especie de esclarecimiento de todas las cuestiones filosóficas importantes.

 

La Antigüedad había tenido grandes sistematizadores como Platón y Aristóteles. La Edad Media tuvo a Santo Tomás de Aquino, que quiso construir un puente entre la filosofía de Aristóteles y la teología cristiana. Luego llegó el Renacimiento, con un embrollo de viejos y nuevos pensamientos sobre la naturaleza y la ciencia, sobre Dios y el hombre. Hasta el siglo XVII no hubo por parte de la filosofía un intento de recoger las nuevas ideas en un sistema filosófico esclarecido. El primero en intentarlo fue Descartes. Él puso la primera piedra de lo que sería el proyecto mas importante de la filosofía de las generaciones siguientes. Ante todo le interesaba averiguar lo que podemos saber, es decir, aclarar la cuestión de la certeza de nuestro conocimiento. La otra gran cuestión que le preocupó fue la relación entre el alma y el cuerpo. Estos dos planteamientos caracterizarían el debate filosófico durante los siguientes ciento cincuenta años.

 

—Entonces fue un hombre avanzado para su época.

 

—Sí, pero también eran cuestiones que se planteaban en esa época. En lo que se refiere al problema de conseguir conocimientos indudables, muchos expresaron un escepticismo filosófico total, opinando que los hombres tendrían que resignarse a no saber nada. Pero Descartes no se resignó a eso. Si se hubiera resignado, no habría sido un verdadero filósofo. De nuevo podemos establecer un paralelismo con Sócrates, que tampoco se resignó al escepticismo de los sofistas. Precisamente en la época de Descartes la nueva ciencia había desarrollado un método que proporcionaría una descripción totalmente segura y exacta de los procesos de la naturaleza. Descartes tuvo que preguntarse si no habría también un método seguro exacto para la reflexión filosófica.

 

—Entiendo.

 

—Pero eso sólo fue una cosa. La nueva física había planteado la cuestión sobre la naturaleza de la materia, es decir, sobre qué es lo que decide los procesos físicos de la naturaleza. Cada vez más se defendía una interpretación mecánica de la naturaleza. Pero cuanto más mecánicamente se conceptuaba el mundo físico, tanto más imperiosa se volvía la cuestión sobre la relación entre el alma y el cuerpo. Antes del siglo XVII era habitual considerar el alma como una especie de "respiración vital", que fluye por todos los seres vivos. El significado original de las palabras "alma" y "espíritu" es, de hecho, "aliento vital" o "respiración" en casi todos los idiomas europeos. Para Aristóteles el alma era algo presente en todo el organismo como «principio de la vida» de ese organismo, es decir, algo que no se podía imaginar desprendido del cuerpo. Por tanto, Aristóteles también hablaba de "alma de planta" y "alma de animal". Hasta el siglo XVII no se introdujo una separación radical entre "alma" y "cuerpo". Todos los objetos físicos, también los cuerpos de los animales y los cuerpos humanos, fueron explicados como un proceso mecánico. Pero el alma del hombre no podía formar parte de esa "maquinaria corporal". ¿Donde estaría entonces el alma? Una cuestión importante que quedaba por explicar era cómo algo "espiritual" podía poner en marcha un proceso mecánico.

 

—En realidad es algo bastante curioso.

 

—¿Qué quieres decir?

 

— Decido levantar un brazo y entonces levanto el brazo. O decido ir corriendo a coger el autobús, e instantáneamente mis piernas comienzan a correr. Otras veces puedo pensar en algo triste. De repente, mis lágrimas empiezan a brotar. Entonces tiene que haber una misteriosa relación entre el cuerpo y la conciencia.

 

—Precisamente este problema puso en marcha los pensamientos de Descartes. Igual que Platón, estaba convencido de que había una clarísima separación entre "espíritu" y "materia". Pero Platón no pudo responder a la pregunta de cómo el cuerpo afecta al alma, o cómo el alma afecta al cuerpo.

 

—Yo tampoco puedo, así que me gustaría saber a qué conclusión llegó Descartes.

 

—Sigamos su propio razonamiento.

 

Alberto señaló el libro que estaba sobre la mesa que había entre ellos.

 

—En este pequeño libro, Discurso del Método, Descartes plantea la cuestión de que método debe emplear el filósofo cuando se dispone a solucionar un problema filosófico, pues las ciencias naturales ya tenían su nuevo método.

 

—Eso ya lo has dicho.

 

—Descartes constata primero que no podemos considerar nada como verdad si no reconocemos claramente que lo es. Para conseguir esto puede que sea necesario dividir un problema complejo en cuantas partes parciales sea posible. Entonces se puede empezar por las ideas más sencillas. Podría decirse que cada idea tendrá que "medirse y pesarse", más o menos como Galileo decía que todo tenía que medirse y que lo que no se podía medir tendría que hacerse medible. Descartes pensaba que la filosofía podía ir de lo simple a lo complejo. Así sería posible construir nuevos conocimientos. Al final había que hacer constantes recuentos y controles para poder asegurarse de que no se había omitido nada. Entonces, y no antes, puede ser alcanzable una conclusión filosófica.

 

—Casi suena a problema aritmético.

 

—Sí, Descartes quiso emplear el método matemático también en la reflexión filosófica. Quiso probar verdades filosóficas más o menos de la misma manera en la que se prueba un teorema matemático. También quiso emplear la misma herramienta que empleamos cuando trabajamos con números, es decir la razón. Pues solamente la razón nos proporciona conocimientos seguros. No resulta tan evidente que los sentidos sean de fiar. Ya hemos subrayado su parentesco con Platón, quien también señaló que las matemáticas y los números nos podían proporcionar un conocimiento más certero que los testimonios de los sentidos.

 

—¿Pero es posible solucionar los problemas filosóficos de ese modo?

 

—Volvamos al razonamiento del propio Descartes, cuya meta era lograr conocimientos certeros sobre la naturaleza de la vida. Empezó por afirmar que como punto de partida se debe dudar de todo, porque no quería edificar su sistema filosófico sobre un fondo de arena.

 

—Porque si fallan los cimientos podría derrumbarse todo el edificio.

 

—Gracias por tu ayuda, hija. No es que Descartes pensara que fuera razonable dudar de absolutamente todo, sino que en principio hay que dudar de todo. En primer lugar, no es del todo seguro que podamos continuar nuestra búsqueda filosófica leyendo a Platón o a Aristóteles, porque aunque ampliamos nuestros conocimientos históricos, no ampliamos nuestro conocimiento del mundo. Para Descartes resultaba imprescindible librarse de ideas viejas antes de comenzar su propia indagación filosófica.

 

—¿Quería retirar todo el viejo material de construcción antes de iniciar la nueva casa?

 

—Sí, con el fin de asegurarse completamente de que la nueva construcción de ideas fuera a aguantar, quería limitarse a utilizar exclusivamente material nuevo y fresco. No obstante, la duda de Descartes es más profunda que eso, pues decía que ni siquiera podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros sentidos. Quizás nos está tomando el pelo.

 

—¿Cómo?

 

—También cuando soñamos creemos que estamos viviendo algo real. ¿Hay, en realidad, algo que distinga nuestras sensaciones en estado de vigilia de las de los sueños? "Cuando reflexiono detenidamente sobre esto, no encuentro ni un solo criterio para distinguir la vigilia del sueño", escribe Descartes. Y sigue: “¿Cómo puedes estar seguro de que tu vida entera no es un sueño?".

 

—Jeppe en la Montaña creía que simplemente había soñado que había dormido en la cama del barón.

 

—Y cuando estaba acostado en la cama del barón, creía que su vida de campesino pobre sólo había sido un sueño. De este modo, Descartes acaba por dudar absolutamente de todo. Y en este punto habían acabado sus reflexiones muchos filósofos anteriores a él.

 

—Entonces no llegaron muy lejos.

 

—Descartes, sin embargo, intentó seguir trabajando precisamente a partir de ese punto cero. Había llegado a la conclusión de que estaba dudando de todo y que eso es lo único de lo que podía estar seguro. Y ahora se le ocurre algo. De algo sí puede estar totalmente seguro a pesar de todo: de que duda. Pero, si duda, también tiene que ser seguro que piensa, y puesto que piensa tiene que ser seguro que es un sujeto que piensa. O, como él mismo lo expresa: Cogito, ergo sum.

 

—¿Y eso que significa?

 

—"Pienso, luego existo".

 

—No me extraña mucho que llegara a esa conclusión.

 

—Cierto. Pero debes tomar nota de esa seguridad intuitiva con la que de repente se concibe a sí mismo como un yo pensante. A lo mejor recuerdas que según Platón lo que captamos con la razón es más real y existente que aquello que captamos con los sentidos. Lo mismo pasa con Descartes. No sólo capta que es un yo pensante, sino que al mismo tiempo entiende que este yo pensante es más real que ese mundo físico que captamos con los sentidos. Y luego continúa, Sofía. De ninguna manera ha concluido su investigación filosófica.

 

—Continúa, tú también.

 

—Ahora Descartes se pregunta si hay algo más que reconoce con la misma seguridad intuitiva que lo de la existencia del yo como sujeto pensante. Llega a la conclusión de que también tiene una idea clara y definida de un "ser perfecto". Es una idea que ha tenido siempre, y para Descartes es evidente que una idea como ésa no puede proceder de él, porque: "La idea de un ser perfecto no puede venir de algo que es imperfecto. De modo que esta idea de un ser perfecto tiene que proceder de ese mismo ser perfecto, o, con otras palabras, de Dios". En consecuencia, para Descartes resulta tan evidente que hay un Dios como que el que piensa es un ser pensante.

 

—Ahora me parece que empieza a sacar conclusiones demasiado rápidamente. Al principio tenía mucho cuidado.

 

—Sí, muchos han señalado esto como el punto mas débil de Descartes. Pero tú dices "conclusiones". En realidad, no se trata de ninguna prueba. Lo que opina Descartes es simplemente que todos tenemos una idea de un ser perfecto, y que resulta inherente a esta idea es que ese ser perfecto exista. Porque un ser perfecto no sería perfecto si no existiera. Y además, nosotros no tendríamos ninguna idea de un ser perfecto si no hubiera tal ser perfecto. Nosotros somos imperfectos, entonces no puede venir de nosotros la idea sobre lo perfecto. La idea de un Dios es, según Descartes, una idea innata, está impresa en nosotros desde que nacemos, de la «misma manera que el artista imprime su firma en la obra».

 

—Pero aunque yo tenga una idea de un «cocofante», eso no quiere decir que el «cocofante» exista.

 

—Descartes te habría contestado que tampoco es inherente al concepto "cocofante" el que exista. En cambio, es inherente al concepto «un ser perfecto» que ese ser exista. Según Descartes esto es tan seguro como que es inherente a la idea de círculo el que todos los puntos del círculo se encuentren igual de lejos del centro del mismo. No puedes hablar de un círculo sin que cumpla ese requisito. De la misma manera tampoco puedes hablar de un ser perfecto que careciera de la cualidad más importante de todas, es decir, de la existencia.

 

—Es ésa una manera bastante especial de pensar.

 

—Es una manera de pensar marcadamente «racional». Descartes opinaba, como Sócrates y Platón, que hay una relación entre el pensamiento y la existencia. Cuanto más evidente resulte algo al pensamiento, tanto más segura es su existencia.

 

—Hasta ahora ha llegado a la conclusión de que es una persona que piensa y de que hay, además, un ser perfecto.

 

—Y con esto como punto de partida prosigue. En cuanto a todas esas ideas que tenemos de la realidad exterior, por ejemplo del sol y de la luna. podría ser que todo fueran simplemente imaginaciones o imágenes de sueños. Pero también la realidad exterior tiene algunas cualidades que podemos reconocer con la razón. Esas cualidades son las relaciones matemáticas, es decir, todo aquello que puede medirse, como la longitud, la anchura y la profundidad. Las cualidades cuantitativas y cualidades «cualitativas» Esas cualidades cuantitativas son tan claras y evidentes para la razón como que yo soy un ser pensante. Por otra parte, las cualidades «cualitativas» como el color, el olor y el sabor, están relacionadas con nuestros sentidos y no describen realmente la realidad exterior.

 

—¿De modo que la naturaleza no es un sueño, a pesar de todo?

 

—No lo es, no. Y en este punto Descartes vuelve a recurrir a nuestra idea sobre un ser perfecto. Cuando nuestra razón reconoce algo clara y nítidamente, como es el caso de las relaciones matemáticas de la realidad exterior, entonces tiene que ser así. Porque un Dios perfecto no nos engañaría. Descartes invoca la garantía de Dios para que lo que reconocemos con nuestra razón también corresponda a algo real.

 

—De acuerdo. Ahora ha llegado a la conclusión de que es un ser pensante, que existe un Dios y que además existe una realidad exterior.

 

—Pero la realidad exterior es esencialmente distinta a la realidad del pensamiento. Descartes ya puede constatar que hay dos formas distintas de realidad, o dos sustancias. Una sustancia es el pensamiento o alma, la otra es la extensión o «materia». El alma solamente es consciente, no ocupa lugar en el espacio y por ello tampoco puede dividirse en partes más pequeñas. La materia, sin embargo, sólo tiene extensión, ocupa lugar en el espacio y siempre puede dividirse en partes cada vez más pequeñas, pero no es consciente. Según Descartes, las dos sustancias provienen de Dios, porque sólo Dios existe independientemente de todo. Pero aunque tanto el "pensamiento" como la "extensión", provengan de Dios, las dos sustancias son totalmente independientes la una de la otra. El pensamiento es totalmente libre en relación con la materia, y viceversa: los procesos materiales también actúan totalmente independientes del pensamiento.

 

—Y con esto la Creación de Dios se dividió en dos.

 

—Exactamente. Decimos que Descartes es un dualista, es decir que realiza una clara bipartición entre la realidad espiritual y la realidad extensa. Sólo el ser humano tiene alma. Los animales pertenecen plenamente a la realidad extensa. Su vida y sus movimientos se realizan mecánicamente. Descartes consideró a los animales como una especie de autómatas complejos. En cuanto a la realidad extensa tiene, pues, un concepto totalmente mecanicista de la realidad, exactamente como los materialistas.

 

—Dudo mucho de que Hermes (mi perro) sea una máquina o un autómata. Descartes seguramente no llegaría nunca a sentir cariño por ningún animal. ¿Y nosotros mismos? ¿También somos autómatas?

 

—Si y no. Descartes llegaría a pensar que el hombre es un «ser dual», que piensa pero que también ocupa espacio; lo que significa que el hombre tiene un alma y al mismo tiempo un cuerpo extenso. Aristóteles y San Agustín ya habían dicho algo parecido. Ellos opinaban que el hombre tiene un cuerpo exactamente como los animales, pero también un alma como los ángeles. Según Descartes, el cuerpo humano es una pieza de mecánica. Pero el hombre también tiene un alma que puede actuar completamente libre en relación con el cuerpo. Los procesos corporales no tienen tal libertad, sino que siguen sus propias leyes. Pero lo que pensamos con la razón no ocurre en el cuerpo, sino en el alma, que está totalmente libre en relación con la realidad extensa. A lo mejor debo añadir que Descartes no excluía la posibilidad de que también los animales pudieran pensar. Pero si poseen esa capacidad entonces la misma bipartición entre "pensamiento", y "extensión", también tiene que ser válida para ellos.

 

—De eso ya hemos hablado. Si decide ir corriendo a coger el autobús, entonces se pone en marcha el autómata. Y si a pesar de ello pierdo el autobús, las lágrimas empiezan a brotar.

 

—Ni siquiera Descartes podía negar que ocurre constantemente una alternancia de ese tipo entre el alma y el cuerpo. Opinaba que mientras el alma se encuentra en el cuerpo, está relacionada con éste mediante un órgano cerebral especial que él llama la glándula pineal, en la que se está realizando una continua alternancia entre «espíritu» y "materia". De esta forma, el alma se deja confundir constantemente por sentimientos y afectos relacionados con las necesidades del cuerpo. No obstante, el alma puede independizarse de esos impulsos "bajos", y actuar libremente en relación al cuerpo. La meta es que la razón se encargue del control. Porque aunque la tripa me duela un montón, la suma de los ángulos de un triángulo sigue siendo 180º. De ese modo el pensamiento tiene la capacidad de elevarse por encima de las necesidades del cuerpo y actuar " razonablemente". En ese sentido el alma es totalmente superior al cuerpo. Nuestras piernas podrán hacerse viejas y pesadas, los dientes se nos podrán caer, pero 2 + 2 seguirán siendo 4 mientras nosotros sigamos conservando la razón. Pues la razón no se vuelve vieja y pesada. Es nuestro cuerpo el que envejece. Para Descartes es la propia razón la que es el "alma". Afectos y sentimientos más bajos tales como el deseo y el odio están estrechamente relacionados con las funciones del cuerpo, y por ello con la realidad extensa.

 

—No acabo de comprender del todo la comparación que hace Descartes del cuerpo con una máquina o un autómata.

 

—Esta comparación se debe a que la gente de la época de Descartes estaba fascinada por las máquinas y mecanismos de reloj que aparentemente eran capaces de funcionar por su cuenta. La palabra «autómata» significa precisamente algo que se mueve por sí mismo. Evidentemente era una mera ilusión eso de que se movieran por su cuenta. Un reloj astronómico, por ejemplo, está construido por el hombre, y es el hombre el que tiene que darle cuerda. Descartes subraya que esos aparatos artificiales están compuestos de un modo muy simple, con unas cuantas piezas, si se los compara con ese montón de huesos, músculos, nervios, arterias y venas de que están compuestos los cuerpos de los animales y de los humanos. ¿Por que no iba a hacer Dios un cuerpo de animal o de hombre basado en las leyes de la mecánica?

 

—Hoy en día mucha gente habla de la «inteligencia artificial».

 

—Entonces te refieres a los autómatas de nuestros tiempos. Hemos creado máquinas que a veces nos hacen pensar erróneamente que son realmente inteligentes. Esas máquinas habrían aterrorizado a Descartes. Quizás hubiera empezado a dudar de que la razón del hombre fuera tan libre e independiente como él pensaba. Porque hay filósofos que opinan que la vida espiritual del hombre no es más libre de lo que lo son los procesos fisiológicos. Es evidente que el alma de un ser humano es infinitamente más compleja que un programa de ordenador, pero algunos opinan que en principio somos tan poco libres como lo son esos programas.

 

 

Racionalismo y empirismo.-

Racionalismo y empirismo.-

Alberto se acomodó. Luego dijo:

 

—La última vez que estuvimos aquí sentados te hablé de Descartes y Spinoza. Dijimos que tenían una importante cosa en común: los dos eran racionalistas.

 

—Y un racionalista es uno que tiene mucha fe en la razón.

 

—Sí, un racionalista cree en la razón como fuente de conocimientos. Opina que el ser humano nace con ciertas ideas, que existen por tanto en la conciencia de los hombres antes de cualquier experiencia. Y cuanto más clara es la idea, mayor es la seguridad de que corresponde a algo real. Recordarás que Descartes tenía una clarísima imagen de lo que es un "ser perfecto". Partiendo de esta idea deduce que verdaderamente existe un Dios.

 

—No me suelo olvidar de las cosas.

 

—Este modo racionalista de pensar era típico de la filosofía del siglo XVII, y también había sido corriente en la Edad Media. Lo recordamos de Platón y de Sócrates. Pero en el siglo XVIII estuvo expuesto a críticas cada vez más profundas. Varios filósofos adoptaron el punto de vista de que no tenemos absolutamente ningún contenido en conciencia antes de adquirir nuestras experiencias mediante los sentidos. Este punto de vista se llama empirismo.

 

—¿Y de esos empiristas me vas a hablar hoy?

 

—Lo intentaré. Los empiristas, o filósofos de la experiencia, más importantes fueron Locke, Berkeley y Hume, y los tres eran británicos. Los racionalistas dominantes en siglo XVII eran el francés Descartes, el holandés Spinoza y el alemán Leibniz. Por ello solemos distinguir entre el empirismo británico y el racionalismo continental.

 

—Vale, pero son demasiadas palabras. ¿Puedes repetir lo que significa empirismo?

 

—Un empirista desea hacer derivar todo conocimiento sobre el mundo de lo que nos Aristóteles, quien dijo que no hay nada en la conciencia que no haya estado antes en los sentidos. Este punto de vista implicaba una crítica acentuada de Platón, que había opinado que los hombres traían consigo una serie de ideas innatas del mundo de las Ideas. Locke retoma las palabras de Aristóteles, y las dirige contra Descartes.

 

—¿No hay nada en la conciencia... que no haya estado antes en los sentidos?

 

—No tenemos ninguna idea innata sobre el mundo. En realidad no sabemos nada de este mundo en el que nos han colocado antes de haberlo visto. Si tenemos una idea o un concepto que no se puede conectar con hechos experimentados, se trata de un concepto o de una idea falsa. Cuando por ejemplo usamos palabras como "Dios", "eternidad" o "sustancia", la razón funciona sin combustible, porque nadie ha llegado a conocer ni a Dios, ni la eternidad, ni aquello que los filósofos llaman, "sustancia". De esa forma se pueden escribir tesis eruditas que en el fondo no contienen ningún tipo de conocimiento nuevo. Un sistema filosófico de esa clase puede parecer impresionante, pero no son más que quimeras. Los filósofos de los siglos XVII y XVIII habían heredado una serie de tesis eruditas de ese tipo. Ahora había que estudiarlas con lupa. Había que limpiarlas de vacíos. Quizás pudiéramos compararlo con el lavado del oro. La mayor parte es arena pero, dentro, resplandecen las pepitas de oro.

 

—¿Entonces esas pepitas de oro son conocimientos auténticos?

 

—O, por lo menos, pensamientos que se pueden relacionar con los conocimientos humanos. Para los empiristas británicos era muy importante analizar todas las ideas humanas, con el fin de ver si podían ser demostradas mediante experiencias auténticas. Pero vayamos por partes y estudiemos un filósofo cada vez.

 

Hume.-

Hume.-

— Nos centraremos antes en David Hume, que vivió de 1711 a 1776. Su filosofía ha pasado a ser la mas importante entre los empiristas. Su importancia se debe también en parte al hecho de que fue él quien inspiró al gran filósofo Immanuel Kant.

 

—¿No importa que me interese más la filosofía de Berkeley, verdad?

 

—No, no importa. Hume se crió en Escocia, en las afueras de Edimburgo. Su familia quería que fuera abogado, pero él mismo dijo que sentía «una resistencia infranqueable hacia todo lo que no era filosofía y enseñanza». Vivió en la época de la Ilustración, al mismo tiempo que grandes pensadores franceses como Voltaire y Rousseau, y viajó mucho por Europa antes de establecerse de nuevo en Edimburgo. Su obra más importante,

 

Tratado acerca de la naturaleza humana, se publicó cuando Hume tenía veintiocho años. Pero él mismo dijo que a los quince años ya tenía la idea del libro.

 

—Entonces debo darme prisa.

 

—Tú ya estás en marcha.

 

—Pero si yo fuera a hacer mi propia filosofía sería bastante diferente a todo lo que he oído hasta ahora.

 

—¿Hay algo que hayas echado especialmente de menos?

 

—En primer lugar, todos los filósofos de los que he oído hablar son hombres. Creo que los hombres viven en su propio mundo. A mí me interesa más el mundo de verdad. El mundo de flores y animales y niños que nacen y crecen. Esos filósofos tuyos hablan constantemente del "ser humano" y ahora me hablas otra vez de un tratado sobre la "naturaleza humana". Pero tengo la sensación de que ese "ser humano" es un hombre de mediana edad. Al fin y al cabo, la vida empieza con el embarazo y el parto. Me parece que ha habido demasiado pocos pañales y llanto de niños hasta ahora. Quizás también haya habido demasiado poco amor y amistad.

 

—Evidentemente tienes toda la razón. Pero quizás precisamente Hume fuera un filósofo que pensaba de otra manera. Él, más que ningún otro, parte del mundo cotidiano. Creo además que Hume tiene fuertes sentimientos sobre cómo los niños perciben el mundo.

 

—Haré un esfuerzo para escuchar.

 

—Como empirista, Hume consideró una obligación el ordenar todos los conceptos y pensamientos confusos que habían inventado todos aquellos hombres. Se hablaba y se escribía con palabras muy viejas y anticuadas, procedentes de la Edad Media y de los filósofos racionalistas del siglo XVII. Hume desea volver a la percepción inmediata del mundo de los hombres. Ningún filósofo podrá "jamás llevarnos detrás de las experiencias cotidianas o darnos reglas de conducta distintas a las que elaboremos meditando sobre la vida cotidiana", decía el.

 

—Hasta aquí suena muy bien. ¿Puedes ponerme algún ejemplo?

 

—En la época de Hume estaba muy extendida la creencia de que había ángeles. Al decir "ángel", nos referimos a una figura de hombre con alas. ¿Has visto alguna vez un ángel, Sofía?

 

—No.

 

—¿Pero habrás visto una figura de hombre?

 

—Qué pregunta más tonta.

 

—¿También has visto alas?

 

—Claro que sí, pero nunca en una persona.

 

—Según Hume, "ángel", es un concepto compuesto. Consta de dos experiencias diferentes que no están unidas en la realidad, pero que, de todos modos, en la imaginación del hombre han sido conectadas. Se trata pues de una idea falsa que inmediatamente debe ser rechazada. De la misma manera tenemos que ordenar nuestros pensamientos e ideas. Hume dijo: "Cuando tenemos un libro en la mano, preguntémonos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto referente a tamaños y cifras? No. ¿Contiene algún razonamiento de experiencia referente a hechos y existencia? No. Entonces dejáselo a las llamas, pues no contiene nada más que pedantería y quimeras".

 

—Me parece muy drástico.

 

—Pero después queda el mundo, Sofía. Con más frescor y con contornos más nítidos que antes. Hume quiere volver a la percepción infantil del mundo, antes de que todos los pensamientos y reflexiones hayan ocupado sitio en la conciencia. ¿No acabas de decir que muchos de esos filósofos de los que has oído hablar vivían en su propio mundo, y que a ti te interesaba más el mundo real?

 

—Algo así, sí.

 

—Hume podría haber dicho exactamente lo mismo. Pero sigamos su propio razonamiento un poco más a fondo…

 

La Ilustración.-

Tenía escrito este guión sobre la Ilustración en una tarjeta que le había dejado Alberto:

 

1. Rebelión contra las autoridades

 

2. Racionalismo.

 

3. La idea de «ilustrar».

 

4. Optimismo cultural.

 

5. Vuelta a la naturalera.

 

6. Cristianismo humanizado.

 

7. Derechos humanos.

 

 

Alberto estaba sentado en los escalones de la cabaña cuando ella llegó. Le hizo señas para que se sentara a su lado. Hacía bueno, pero de la pequeña laguna subía una húmeda y fresca corriente. Era como si el tiempo no se hubiese recuperado aún después de la tormenta.

 

—Vayamos al grano —dijo Alberto—. Después de Hume el siguiente gran sistematizador fue el alemán Kant. Pero también Francia produjo muchos pensadores importantes en el siglo XVIII. Podemos decir que el centro de gravedad filosófico de Europa se encontraba en Inglaterra en la primera mitad del siglo XVIII, en Francia a mediados del mismo siglo y en Alemania hacia finales.

 

—Un desplazamiento del oeste al este, por así decirlo.

 

—Exactamente. Mencionaré brevemente algunas ideas que fueron comunes en muchos de los filósofos franceses de la Ilustración, como Montesquieu, Voltaire, Rousseau y muchos otros. Me he concentrado en siete puntos.

 

—Ya lo sabía. Sofía le alcanzó la postal del padre de Hilde. Alberto suspiró profundamente.

 

—Podría haberse ahorrado esto... Una primera frase clave es, como ya sabes, «rebelión contra las autoridades». Varios de los filósofos franceses de la Ilustración visitaron Inglaterra, país que, en muchos aspectos, era más liberal que su propia patria. Quedaron fascinados por las ciencias naturales inglesas, particularmente por Newton y su física universal. Pero también fueron inspirados por la filosofía británica, muy especialmente por Locke y su filosofía política. De vuelta a su patria, Francia, comenzaron a atacar a las viejas autoridades. Pensaban que era muy importante adoptar una postura escéptica ante todas las verdades heredadas, y que el propio individuo tenía que buscar las respuestas a las preguntas. En este punto estaban influenciados por Descartes.

 

—Porque él había construido todo desde la base.

 

—Exacto. La rebelión contra las viejas autoridades se dirigía en parte contra el poder de la Iglesia, del rey y de la nobleza. En el siglo XVII estas instituciones eran mucho más poderosas en Francia que en Inglaterra.

 

—Y vino la Revolución.

 

—Sí, en 1789. Pero las nuevas ideas llegaron mucho antes. La siguiente palabra clave es «racionalismo».

 

—Yo creía que el racionalismo murió con Hume.

 

—El mismo Hume no murió hasta 1776, aproximadamente veinte años después que Montesquieu y sólo dos años antes que Voltaire y Rousseau, que murieron en 1778 los dos. Pero los tres habían estado en Inglaterra y conocían bien la filosofía de Locke. Tal vez recuerdes que Locke no fue un empirista muy consecuente, porque opinaba, por ejemplo, que tanto la fe en Dios como ciertas normas morales, son inherentes a la razón del hombre. Este punto es también el núcleo de la filosofía francesa de la Ilustración.

 

—Dijiste además que los franceses siempre han sido un poco más racionalistas que los británicos.

 

—Y esa diferencia tiene sus raíces en la Edad Media. Cuando los ingleses hablan de «sentido común», los franceses suelen hablar de «evidencia». La expresión inglesa tiene que ver con la «experiencia común», y la francesa con «lo evidente», es decir con la razón.

 

—Entiendo.

 

—Al igual que los humanistas de la Antigüedad, como Sócrates y los estoicos, la mayor parte de los filósofos de la Ilustración tenía una fe inquebrantable en la razón del hombre. Esto era tan destacable que muchos llaman a la época francesa de la Ilustración simplemente «Racionalismo». Las nuevas ciencias naturales habían demostrado que la naturaleza estaba organizada racionalmente. Los filósofos de la Ilustración consideraron su cometido construir una base también para la moral, la religión y la ética, de acuerdo con la razón inalterable de las personas. Esto fue precisamente lo que condujo a la propia idea de «Ilustración». Ese fue el punto número tres. Ahora hacía falta «ilustrar» a las grandes capas del pueblo, porque ésta era la condición previa para una sociedad mejor. Se pensaba que la miseria y la opresión se debían a la ignorancia y a la superstición. Por lo tanto, había que tomarse muy en serio la educación de los niños y del pueblo en general. No es una casualidad que la pedagogía como ciencia tenga sus raíces en la Ilustración.

 

—Entonces el sistema escolar data de la Edad Media y la pedagogía de la Ilustración.

 

—Pues sí, así es. La obra más representativa de la Ilustración es una gran enciclopedia. Me refiero a la Enciclopedia, que salió en 28 tomos entre 1751 y 1772, con aportaciones de todos los grandes filósofos de la Ilustración. «Aquí está todo», se decía, «desde cómo se hace una aguja hasta cómo se funde un cañón».

 

—El siguiente punto es «optimismo cultural».

 

—Podrías hacerme el favor de no mirar esa postal mientras estoy hablando.

 

—Perdona.

 

—En cuanto se difundieran la razón y los conocimientos, la

 

humanidad haría grandes progresos, pensaron los filósofos de la Ilustración. Era simplemente cuestión de tiempo que la sinrazón y la ignorancia cedieran ante una humanidad «ilustrada». Esta idea ha sido predominante en Europa Occidental hasta hace un par de décadas. Hoy en día ya no estamos tan convencidos de que todo desarrollo sea para bien. Pero incluso esta crítica contra la «civilización», fue planteada por los filósofos ilustrados franceses.

 

—Quizás deberíamos haberlos escuchado.

 

—Algunos de ellos se convirtieron en defensores de «una vuelta a la naturaleza». Para los filósofos de la época, la «naturaleza» significaba casi lo mismo que la «razón». Porque la razón humana proviene de la naturaleza, al contrario que la Iglesia y la civilización. Señalaron que los «pueblos naturales» a menudo eran más sanos y más felices que los europeos, debido a que no estaban «civilizados». Rousseau fue quien lanzó la consigna: «Tenemos que volver a la naturaleza». Porque la naturaleza es buena, y el hombre es bueno «por naturaleza». El mal está en la sociedad. Rousseau pensaba también que el niño debe vivir en su estado «natural» de inocencia mientras pueda. Podríamos decir que la idea de valorar la infancia en sí data de la Ilustración. Hasta entonces la infancia había sido considerada más bien como una preparación a la vida de adulto. Pero somos seres humanos, y vivimos nuestras vidas en la Tierra también mientras somos niños.

 

—Ya lo creo.

 

—Hubo que convertir la religión en algo natural.

 

—¿Qué querían decir con eso?

 

—Había que colocar la religión en concordancia con la razón natural de los hombres. Muchos lucharon por lo que podemos llamar «concepto humanizado del cristianismo», lo cual constituye el punto seis de nuestra lista. Evidentemente había varios materialistas tan consecuentes que no creían en ningún Dios, y que por lo tanto tomaron una postura atea. Pero la mayoría de los filósofos de la Ilustración pensó que era irracional concebir un mundo sin Dios. Para eso el mundo estaba organizado demasiado racionalmente. El mismo punto de vista había sido adoptado por Newton, por ejemplo. Asimismo se consideraba razonable creer en la inmortalidad del alma. Como para Descartes, la cuestión de si el hombre tiene un alma inmortal se convirtió más en una cuestión de razón que de fe.

 

—Eso me resulta un poco extraño. Para mí es un típico ejemplo de aquello que uno sólo puede creer y no saber.

 

—Pero tú tampoco vives en el siglo XVIII. Según los filósofos de la Ilustración había que eliminar del cristianismo todos aquellos dogmas irracionales que se habían añadido a la sencilla predicación de Jesús en el curso de la historia de la Iglesia.

 

—Entonces lo comprendo.

 

—Muchos también defendieron algo que se llama deísmo.

 

—¡Explícate!

 

— «Deísmo» viene de una idea que dice que Dios creó el mundo alguna vez hace muchísimo tiempo, pero que desde entonces no ha aparecido ante el mundo. De esta forma Dios queda reducido a un «ser superior» que sólo se da a conocer ante los hombres mediante la naturaleza y sus leyes, es decir, no se revela de ninguna manera «sobrenatural». Un tal «Dios filosófico» lo encontramos también en Aristóteles, para quien Dios era la «causa primera» o «primer motor» del universo.

 

—Entonces sólo nos queda un punto, y se refiere a derechos humanos».

 

—Sí, que tal vez sea lo más importante. En general podemos decir que la filosofía de la Ilustración francesa tenía una orientación más práctica que la inglesa.

 

—¿Fueron consecuentes con su filosofía y actuaron de acuerdo con ella?

 

—Sí, los filósofos de la Ilustración francesa no se contentaron con tener puntos de vista teóricos sobre el lugar del hombre en la sociedad. Lucharon activamente a favor de lo que llamaron los «derechos naturales» de los ciudadanos. En primer lugar se trataba de la lucha contra la censura, y, por tanto, a favor de la libertad de imprenta. Había que garantizar el derecho del individuo a pensar libremente y a expresar sus ideas referentes a la religión, la moral y la ética. Además se luchó en contra de la esclavitud de los negros y a favor de un trato más humano a los delincuentes.

 

—Creo que estoy de acuerdo con casi todo esto.

 

—El principio de la «inviolabilidad del individuo» fue finalmente incorporado a la «Declaración de los Derechos Humanos», que fue aprobada por la Asamblea Nacional Francesa en 1789. Esta declaración de derechos humanos constituiría una importante base para nuestra propia Constitución de 1814.

 

—Pero todavía hay mucha gente que tiene que luchar por estos

 

derechos.

 

—Sí, desgraciadamente. Pero los filósofos de la Ilustración querían afirmar ciertos derechos que todos los seres humanos tenemos simplemente en virtud de haber nacido seres humanos. Eso era lo que querían decir con «derechos naturales». Aún hoy en día se habla de un «derecho natural» que a menudo puede contrastar con las leyes de un determinado país. Todavía hay individuos, o grupos enteros de la población, que reivindican este «derecho natural» para rebelarse contra la falta de derecho, la falta de libertad y la represión.

 

—¿Y qué pasó con los derechos de la mujer?

 

—La revolución de 1789 confirmó una serie de derechos que serían válidos para todos los «ciudadanos». Pero «ciudadano» era más bien considerado el hombre. Y no obstante vemos precisamente en la revolución francesa los primeros ejemplos de la lucha de la mujer.

 

—Ya era hora.

 

—Ya en 1787 el filósofo ilustrado Condorcet publicó un escrito sobre los derechos de la mujer. Pensaba que las mujeres tenían los mismos «derechos naturales» que los hombres. Durante la revolución de 1789 las mujeres participaron activamente en la lucha contra la vieja sociedad feudal. Eran las mujeres, por ejemplo, las que iban al frente en las manifestaciones que al final obligaron al rey a marcharse del palacio de Versalles. En París se formaron grupos de mujeres. Aparte de la demanda de los mismos derechos políticos que los hombres, también pedían cambios en las leyes del matrimonio y en la condición social de la mujer.

 

—¿Obtuvieron esos derechos?

 

—No. Como tantas veces más tarde, la cuestión de los derechos de la mujer surgió en relación con una revolución. Pero en cuanto las cosas se tranquilizaron dentro de un nuevo orden, se volvió a instaurar la vieja sociedad machista.

 

—Típico.

 

—Una de las que más lucharon a favor de los derechos de la mujer durante la revolución francesa fue Olympe de Gouges. En 1791, es decir dos años después de la revolución, hizo pública una declaración sobre los derechos de la mujer. Ya que la declaración sobre los «derechos de los ciudadanos» no contenía ningún artículo sobre los «derechos naturales» de las mujeres, Olympe de Gouges exigió para las mujeres los mismos derechos que regían para los hombres.

 

—¿Cómo le fue?

 

—Fue ejecutada en 1793. Y se prohibió toda clase de actividad política a la mujer.

 

—¡Qué asco!

 

—Hasta el siglo XIX, no se puso verdaderamente en marcha la lucha de la mujer, tanto en Francia como en el resto de Europa. Paulatinamente la lucha iba dando fruto. En Noruega, por ejemplo, las mujeres no obtuvieron el sufragio universal hasta 1913. Y todavía existen muchos países en los que las mujeres tienen mucho por qué luchar.

 

—Pueden contar con mi apoyo.

 

Alberto se quedó sentado mirando al pequeño lago. Al fin dijo:

 

—Creo que esto era lo que tenía que decirte sobre la filosofía de la Ilustración.

 

—¿Por qué dices «creo»?

 

—No tengo la sensación de que vaya a salir nada más. Mientras hablaba empezaron a suceder cosas junto al agua. En medio del lago, el agua comenzó a salir a chorros desde el fondo. Pronto se levantó algo enorme y feo sobre la superficie.

 

Gaarder.- Dos civilizaciones.

Gaarder.- Dos civilizaciones.

Hemos visto cómo los filósofos del helenismo (período que va desde la muerte de Alejandro Magno a los inicios de nuestra era) desmenuzaban a los viejos filósofos griegos. Hubo además ciertas tendencias a convertirlos en fundadores de religiones. Plotino no estuvo muy lejos de rendir culto a Platón como el salvador de la humanidad.
Pero sabemos que hubo otro salvador que nació justo en el período que acabamos de estudiar, aunque viniera de la región grecorromana. Estoy pensando en Jesús de Nazaret.
En este capítulo veremos cómo el cristianismo fue penetrando poco a poco en el mundo grecorromano. Jesús era judío, y los judíos pertenecen a la civilización semítica. Los griegos y los romanos pertenecen a la civilización indoeuropea. Por lo tanto, podemos constatar que la civilización europea tiene dos raíces. Antes de examinar más de cerca cómo el cristianismo se va mezclando poco a poco con la cultura grecorromana, veamos las dos raíces.
Indoeuropeos
Por «indoeuropeos» entendemos todos los países y culturas que hablan lenguas indoeuropeas. Todas las lenguas europeas, excepto las ugrofinesas (lapón, finés, estoniano y húngaro) y el vascuence, son indoeuropeas. También la mayor parte de las lenguas índicas e iraníes pertenecen a la familia lingüística indoeuropea.
Hace unos 4.000 años los indoeuropeos primitivos habitaron las regiones alrededor del Mar Negro y del Mar Caspio. Pronto se inició una migración de tribus indoeuropeas hacia el sureste, en dirección a Irán y la India; hacia el suroeste, en dirección a Grecia, Italia y España; hacia el oeste a través de Centro-Europa hasta Inglaterra y Francia; en dirección noroeste hacia el norte de Europa y en dirección norte hasta Europa del Este y Rusia. En los lugares donde llegaron los indoeuropeos, se mezclaron con las culturas preindoeuropeas, pero la religión y la lengua indoeuropeas jugarían un papel predominante.
Esto quiere decir que tanto los escritos Vedas de a India, como la filosofía griega y la mitología de Snorri="Poeta" se escribieron en lenguas que estaban emparentadas. Pero no sólo las lenguas estaban emparentadas. «Lenguas emparentadas» también suele implicar «pensamientos emparentados», razón por la cual solemos hablar de una civilización indoeuropea.
La cultura de los indoeuropeos se caracterizaba ante todo por su fe en múltiples dioses. A esto se llama politeísmo.
Tanto los nombres de los dioses como muchas palabras y expresiones religiosas se repiten en toda la región indoeuropea. Te pondré algunos ejemplos. Los antiguos hindúes rendían culto al dios celeste Dyaus. En griego este dios se llama Zeus, en latín Júpiter (en realidad ley-pater, es decir,"Ley del Padre"),y en antiguo nórdico Tyr. De manera que los nombres Dyaus, Zeus, Iov y Tyr son distintas variantes dialectales de una misma palabra.
Te acordarás de que los vikingos del norte creían en unos dioses que llamaron aeser (los gigantes). También esta palabra utilizaba para dioses se repite en toda la región indoeuropea. En sánscrito se llama asura y en iraní ahura.
Otra palabra para "dios" es en sánscrito deva, en latín deus y en antiguo nórdico tivurr. Algunos mitos muestran cierto parecido en toda la región indoeuropea. Cuando Snorri habla de los dioses nórdicos, algunos de los mitos recuerdan a mitos hindúes relatados 2000 o 3000 años antes. Es evidente que los mitos hindúes tienes rasgos de naturaleza hindú. No obstante, muchos mitos tienen una esencia que debe proceder de un origen común. Una esencia de este tipo se aprecia sobre todo en los mitos sobre bebidas que hacen al hombre inmortal, y en los que tratan sobre la lucha de los dioses contra un monstruo del caos.
También en la manera de pensar vemos muchas semejanzas entre las culturas indoeuropeas. Un típico rasgo común es concebir el mundo como un drama entre las fuerzas del bien y del mal.
Por esa razón los indoeuropeos han tenido una fuerte tendencia a querer prever el destino del mundo. Podemos decir que no es una casualidad el que la filosofía griega surgiera precisamente en la región indoeuropea.
Tanto la mitología hindú como la griega y la nórdica muestran evidentes atisbos de una visión filosófica o especulativa.
Los indoeuropeos intentaron conseguir verdaderos conocimientos sobre el ciclo de la naturaleza. De hecho, podemos seguir una determinada palabra que significa «conocimiento» o «sabiduría» de cultura en cultura por toda la región indoeuropea. En sánscrito se llama vidya. La palabra es idéntica a la griega idé, que juega, como recordarás, un papel importante en la filosofía de Platón. Del latín conocemos la palabra video, que entre los romanos simplemente significaba «ver». (En nuestros días «ver» ha venido a ser una palabra equivalente a mirar fijamente una pantalla de televisión.) En inglés conocemos palabras como wise y wisdom (sabiduría), en alemán wissen (saber, conocimiento). En noruego tenemos la palabra viten, que tiene la misma raíz que la palabra hindú vidya, la griega idé y la latina video.
Como regla general podemos constatar que la visión era el sentido más importante de los indoeuropeos, pues la literatura de hindúes y griegos, iraníes y germanos ha estado caracterizada por las grandes visiones cósmicas. (Ves, ahí tienes la palabra otra vez: la palabra «visión» está formada precisamente a partir del verbo latino video.)
Las culturas indoeuropeas se han caracterizado también por la tendencia a crear imágenes y esculturas de sus dioses y de lo que relataban los mitos.
Finalmente, los indoeuropeos tienen una visión cíclica de la Historia.
Esto quiere decir que ven la Historia como algo que da vueltas, que avanza en ciclos, de la misma manera que las estaciones del año, lo que quiere decir que, en realidad, no hay ningún principio o fin de la Historia. A menudo se habla de mundos diferentes que surgen y desaparecen en un eterno intercambio entre nacimiento y muerte.
Las dos grandes religiones orientales, el hinduismo y el budismo, tienen origen indoeuropeo. También lo tiene la filosofía griega, y podemos observar muchos paralelos entre el hinduismo y el budismo ,por un lado, y la filosofía griega por el otro. Incluso hoy en día tanto el hinduismo como el budismo están fuertemente caracterizados por la reflexión filosófica.
Ocurre a menudo que en el budismo y en el hinduismo se subraya lo divino como presente en todo panteísmo, y que el ser humano puede lograr la unidad con Dios mediante los conocimientos religiosos. (¡Acuérdate de Plotino, Sofía!) Para conseguir esta unidad se requiere, por regla general, una gran autocontemplación o meditación .Por lo tanto puede que en Oriente la pasividad o el recogimiento sea un ideal religioso. También en la religión griega había muchos que opinaban que el hombre debe vivir en ascetismo, o retiro religioso, para salvar el alma. Diversos aspectos de los conventos medievales tienen sus raíces en ideas de este tipo del mundo grecorromano.
En muchas culturas indoeuropeas también ha jugado un papel básico la fe en  la transmigración de las almas.
Durante más de 2.500 años el objetivo del hindú ha sido salvarse de la transmigración de las almas. Recordemos que también Platón creía en esta trasmigración.
Los semitas
Hablemos de los semitas, Sofía. Pertenecen a otra civilización con un idioma completamente diferente. Los semitas vienen originariamente de la Península arábiga
pero la civilización semita se ha extendido también por muchas partes del mundo. Durante más de dos mil años muchos judíos han vivido lejos de su patria de origen. Donde más lejos de sus raíces geográficas han llegado la historia y la religión semitas han sido a través del cristianismo. La cultura simita también ha llegado lejos mediante la extensión del Islam.
Las tres religiones occidentales, el judaísmo, el cristianismo y el Islam, tienen bases semitas. El libro sagrado de los musulmanes (el Corán) y el Antiguo Testamento están escritos en lenguas semíticas emparentadas. Una de las palabras dios que aparece en el Antiguo Testamento tiene la misma raíz lingüística que la palabra Allah de los musulmanes. (La palabra allah significa simplemente dios).
En lo que se refiere al cristianismo, la situación es más compleja. También el cristianismo tiene raíces semíticas, claro está. Pero el Nuevo Testamento fue escrito en griego, y, por consiguiente, la teología cristiana estaría, en su configuración, fuertemente marcada por las lenguas griega y latina, y, con ello, también por la filosofía helenística.
Hemos dicho que los indoeuropeos creían en muchos dioses distintos. En cuanto a los semitas resulta también sorprendente que desde muy temprano se unieran en torno a un sólo dios. Esto se llama monoteísmo.
Tanto en el judaísmo como en el cristianismo y en el Islam, una de las ideas básicas es la de que sólo hay un dios.
Otro rasgo semítico común es que los semitas han tenido una visión lineal de la Historia.
Con esto se quiere decir que la Historia se considera como una línea. Dios creó un día el mundo, y a partir de ahí comienza la Historia. Pero un día la Historia concluirá..Será el día del juicio final, en el que Dios juzgará a vivos y muertos.
Un importante rasgo de las tres religiones occidentales es precisamente el papel que juega la Historia. Se cree que Dios interviene en la Historia, o, más correctamente, la Historia existe para que Dios pueda realizar su voluntad en el mundo. De la misma manera que llevó a Abrahán a la "tierra prometida" dirige la vida de los seres humanos a través de la Historia y hasta el día del juicio final en que todo el mal será destruido.
Debido a la gran importancia que los semitas atribuyen a la actividad desarrollada Por Dios en la Historia, se han preocupado durante miles de años de escribir Historia. Precisamente las raíces históricas constituyen el núcleo de las escrituras sagradas.
Todavía hoy en día Jerusalén es un importante centro religioso para judíos, cristianos y musulmanes, lo cual también nos dice algo sobre las bases históricas comunes de estas tres religiones. En esta ciudad hay importantes sinagogas (judías), iglesias (cristianas) y mezquitas (islámicas). Precisamente por eso resulta tan trágico que justamente Jerusalén se haya convertido en una manzana de discordia, en el sentido de que la gente se mata a millares porque no es capaz de ponerse de acuerdo sobre quién debe ostentar la la soberanía en la ciudad eterna . Ojalá las Naciones Unidas lleguen algún día a convertir Jerusalén en un lugar de encuentro de las tres religiones. (Por ahora no diré nada más sobre la parte práctica del curso de filosofía. Eso lo dejamos en su totalidad al padre de Hilde, pues supongo que te habrás dado cuenta de que él es observador de las Naciones Unidas en el Líbano. Para ser más preciso puedo decirte que presta sus servicios como Mayor.
Si estás empezando a intuir cierta coherencia en todo esto vas por el buen camino. Por otra parte, no debemos anticipar los hechos.)
Hemos dicho que el sentido más importante entre los indoeuropeos era la visión. Igual de importante es para los semitas el oído.
No es una casualidad que el credo judío empiece con las palabras «¡Escucha, Israel!». En el Antiguo Testamento leemos que los hombres «escuchaban» la palabra de Dios, y los profetas judíos suelen iniciar su predicación con la fórmula «Así dice Jahvé (Dios)». También el cristianismo atribuye mucha importancia a «escuchar» la palabra de Dios, y los oficios de las tres religiones occidentales se caracterizan por la lectura en voz alta, o la recitación.
También he dicho que los indoeuropeos han construido siempre imágenes y esculturas de sus dioses. Igualmente típico resulta que los semitas hayan practicado una especie de "prohibición de imágenes", lo que significa que no está permitido crear imágenes o esculturas de Dios o de lo sagrado. De hecho, en el Antiguo Testamento se dice que los hombres no deber crear ninguna imagen de Dios. Esta prohibición sigue vigente hoy en día tanto en el judaísmo como en el Islam.
En el Islam existe incluso una animosidad general contra las fotografías y artes plásticas, porque los hombres no deben competir con Dios en lo que se refiere a la «creación» de algo.
Sin embargo, dirás, en la Iglesia cristiana abundan las imágenes de Dios y de Cristo. Es cierto, Sofía, pero eso es justamente un ejemplo de la influencia del mundo grecorromano en el cristianismo.
(En la iglesia ortodoxa, es decir en Rusia y Grecia, sigue estando prohibido hacer imágenes talladas, es decir esculturas y crucifijos, de la historia de la Biblia.) Al contrario de lo que pasa con las grandes religiones orientales, las tres religiones occidentales resaltan el abismo entre Dios y su Creación. El objetivo no es salvarse de la trasmigración de las almas, sino del pecado y de la culpa. Además la vida religiosa en estas religiones se caracteriza más por las oraciones, predicaciones y lectura de las escrituras sagradas que por la autocontemplación y meditación.

Gaarder.- La Edad Media

Gaarder.- La Edad Media


—Entonces la Edad Media duró nueve horas —dijo Sofía.
Alberto movió la cabeza, que asomó por debajo de la capucha del hábito marrón, y miró a la congregación que en ese momento sólo se componía de una muchacha de catorce años.
—Sí, si una hora son cien años. Imaginemos que Jesús nació a medianoche. Pablo inició sus viajes misioneros un poco antes de las doce y media y murió en Roma un cuarto de hora más tarde. Hasta cerca de las tres la Iglesia cristiana estaba más o
menos prohibida, pero en el año 313 el cristianismo era una religión aceptada en el Imperio Romano. Eso era bajo el reinado del emperador Constantino, que se dejó bautizar en su lecho de muerte muchos años después. Desde el ano 380 el cristianismo fue la religión del Estado en todo el Imperio Romano.
—¿Pero no se disolvió el Imperio Romano?
—Sí, había empezado ya a derrumbarse. Nos encontramos ante uno de los cambios culturales mas importantes de toda la Historia. Alrededor del año 300, Roma estaba amenazada tanto por las tribus que llegaban desde el norte, como por una disolución interna. En el año 330 el emperador Constantino traslada la capital del Imperio romano a Constantinopla, ciudad que él mismo había fundado a la entrada del Mar Negro. Esta nueva ciudad era considerada por algunos como «la otra Roma». En el año 395 el Imperio Romano fue dividido en dos: el imperio romano occidental, con Roma en el centro, y el imperio romano oriental, con la nueva ciudad de Constantinopla como capital. En el año 410 Roma fue saqueada por pueblos barbaros, y en el 476 todo Estado romano occidental pereció. El imperio romano oriental subsistió como Estado hasta el año 1453, en que los turcos conquistaron Constantinopla.
—¿Fue entonces cuando la ciudad tomo nombre, Estambul?
—Cierto. Otra fecha digna de recordar es el año 529. Entonces la Iglesia cerró la academia de Platón en Atenas. En ese mismo año se fundó la Orden de los Benedictinos como la primera gran orden religiosa. De esta manera el año 529 se convierte en un símbolo de cómo la Iglesia cristiana puso una tapadera encima de la filosofía griega. A partir de entonces los conventos tuvieron el monopolio de la enseñanza, la reflexión y la contemplación. Pronto serán las cinco y media...
Sofía ya había entendido hacía rato lo que Alberto quería decir con todas esas horas. La medianoche era el año 0, la una equivalía al año 100 después de Cristo, las 6 era el año 600 después de Cristo, y las 14 horas era el año 1400 después de Cristo... Alberto prosiguió.
—Por «Edad Media», se entiende en realidad un periodo de tiempo entre otras dos épocas. La expresión surgió en el Renacimiento, en el que se consideró la Edad Media como una «larga noche de mil años», que había «enterrado» a Europa entre la Antigüedad y el Renacimiento. La expresión «medieval» se usa incluso hoy en día en un sentido peyorativo para expresar todo aquello que es autoritario y rígido. Pero otros han considerado la Edad Media como un «tiempo de mil años de crecimiento».
Fue, por ejemplo, en la Edad Media cuando comenzó a configurarse el sistema escolar.
Ya a principios de la época surgieron las primeras escuelas en los conventos. A partir del año 1100 se contó con las escuelas de las catedrales y alrededor del ano 1200 se fundaron las primeras universidades. Incluso hoy en día las materias están divididas en diferentes grupos o «facultades», como en la Edad Media.
—Mil años son muchos años.
—Pero el cristianismo necesitó tiempo para penetrar en el pueblo. En el transcurso de la Edad Media se fueron desarrollando también las diferentes naciones, con ciudades y castillos, música y poesía populares. ¿Qué habría sido de los cuentos populares y las baladas sin la Edad Media? Bueno, ¿que habría sido Europa sin la Edad Media, Sofía? ¿Una provincia romana? La resonancia que tienen nombres como Inglaterra, Alemania o Noruega se encuentra precisamente en esta inmensa profundidad que se llama Edad Media. En esta profundidad nadan muchos peces gordos, aunque no siempre los veamos. Snorri fue un hombre de la Edad Media, también lo fueron Olaf el Santo6 y Carlomagno. Por no decir Romeo y Julieta.
Y un montón de apuestos príncipes y majestuosos reyes, valientes caballeros andantes y bellas doncellas, vidrieros anónimos y constructores geniales de órganos. Y aún no he mencionado ni a los frailes de los conventos, ni a los peregrinos, ni a las curanderas.
—Tampoco has mencionado a los sacerdotes.
—Cierto. El cristianismo no llegó a Noruega hasta el año 1000, pero sería una exageración decir que toda Noruega se convirtió en país cristiano después de la batalla de Stiklestad. Antiguas ideas paganas seguían vivas bajo la superficie cristiana, y con los elementos cristianos se mezclaron muchos precristianos. Por ejemplo en lo que se refiere a la celebración noruega de la Navidad había una mezcla entre costumbres cristianas y antiguas costumbres nórdicas que dura hasta nuestros días. ¿Conoces la frase que dice que los viejos cónyuges acaban por parecerse el uno al otro? Así sucede que la torta navideña, el cerdito navideño y la cerveza navideña  se asocian a los Reyes de Oriente y al pesebre de Belén. No obstante debemos subrayar que el cristianismo poco a poco empezaba a dominar en lo que se refiere al concepto de la vida. Hablamos, por tanto, a menudo de la Edad Media como una «cultura cristiana unitaria».
—¿Entonces no fue sólo oscura y triste?
—Los primeros siglos después del año 400 fueron verdaderamente años de decadencia cultural. Los tiempos de los Romanos habían sido una época de mucha cultura, con grandes ciudades que tenían sus sistemas públicos de cloacas, barrios y bibliotecas; por no mencionar la grandiosa arquitectura. Toda esta cultura se desintegró en los primeros siglos de la Edad Media, también en lo que se refiere al comercio y a la economía monetaria. En la Edad Media se volvió a la economía en especie, a la economía del intercambio. A partir de ahora la economía se caracterizaría por lo que llamamos feudalismo, que quiere decir que algunos importantes señores feudales eran propietarios de la tierra que los campesinos tenían que trabajar para ganarse el sustento. También la población disminuyó fuertemente durante aquellos primeros siglos. Basta con mencionar que Roma era una ciudad que llegaba al millón de habitantes en la Antigüedad y que ya en el año 600 la población de la antigua metrópolis había descendido a 40. 000. De modo que una modesta población andaba entre los restos de edificios majestuosos de los tiempos gloriosos de esta ciudad venida a menos. Cuando necesitaban material de construcción tenían ruinas de sobra de donde coger. Esto ha irritado enormemente a los arqueólogos de nuestros días, a los que les hubiera gustado que las gentes de la Edad Media no hubieran tocado los viejos monumentos.
—Eso es fácil de decir después.
—La importancia política de Roma acabó ya hacia finales del siglo IV. No obstante, el obispo de Roma pronto se convertiría en la cabeza de toda la Iglesia católica romana, y recibió el nombre de «Papa», o «Padre», y poco a poco fue considerado el vicario de Jesús en la Tierra. De esa manera Roma funcionó como capital cristiana durante casi toda la Edad Media. No había muchos que s atrevieran a hablar en contra de Roma, aunque poco a poco los reyes y príncipes de los nuevos Estados nacionales iban adquiriendo tanto poder que alguno de ellos se atrevió a oponerse al gran poder de la Iglesia.
—Dijiste que la Iglesia cerró la Academia de Platón en Atenas. ¿Todos los filósofos griegos fueron olvidados?
—Sólo en parte. Se conocían algunos escritos de Aristóteles y otros de Platón. Pero el antiguo Imperio Romano se iba dividiendo en tres zonas culturales. En Europa Occidental tuvimos la cultura cristiana de lengua latina, con Roma como capital. En Europa Oriental surgió una cultura cristiana de lengua griega y con Constantinopla como capital. Más adelante la ciudad adquirió el nombre griego de Bizancio. Por lo tanto, hablamos a menudo de una Edad Media bizantina, a diferencia de la Edad Media católica romana. No obstante, también el norte de África y el Oriente Medio habían pertenecido al Imperio Romano. Esta región desarrolló una cultura musulmana de lengua árabe. Tras la muerte de Mahoma en el año 632, el Oriente Medio y el norte de África fueron conquistados por el islam. Pronto también España fue incorporada a la región cultural musulmana. El islam tuvo sus lugares sagrados, tales como La Meca, Medina, Jerusalén y Bagdad. Los árabes también se quedaron con la antigua ciudad  helénica de Alejandría. De esa forma gran parte de la ciencia griega fue heredada por los árabes. Durante toda la Edad Media los árabes fueron los más importantes en ciencias tales como matemáticas, química. astronomía o medicina. Incluso hoy en día seguimos utilizando los números arábigos. Así pues, en varios campos la cultura árabe era superior a la griega.
—Pregunté que qué le pasó a la filosofía griega.
—¿Te imaginas un ancho río que durante algún tiempo se divide en tres ríos distintos, para volver a juntarse luego otra vez en un gran río?
—Sí, me lo imagino.
—Entonces también te imaginarás cómo la cultura grecorromana se perpetuó en parte en la cultura católica romana en el oeste, en parte a través de la cultura romana oriental en el este, y en parte a través de la cultura árabe en el sur. Platón en el este y Aristóteles con los árabes en el sur. Pero también había algo de todo en los tres ríos. Lo importante es que a finales de la Edad Media los tres ríos se vuelven a unir en el norte de Italia. La influencia árabe llegó a través de España, la griega de Grecia y Bizancio. Ahora empieza el Renacimiento; ahora empieza el «renacimiento» de la cultura antigua. De alguna manera esto quiere decir que la cultura de la Antigüedad había sobrevivido a la larga Edad Media.
—Entiendo.
—Pero no hay que anticipar los hechos. Primero charlaremos un poco sobre la filosofía de la Edad Media, hija mía. Y ya no te hablaré desde el púlpito. Voy a bajar. Sofía notaba en los ojos que solo había dormido unas horas. Ver descender del púlpito de la Iglesia de María al extraño monje fue como vivir un sueño. Alberto se acercó hasta el presbiterio. Primero miro hacia el altar donde estaba el viejo crucifijo. Luego se volvió hacia Sofía y se acercó con pasos lentos para sentarse junto a ella en el banco. Resultaba extraño estar tan cerca de él. Debajo de la capucha Sofía vio dos ojos negros. Pertenecían a un hombre de mediana edad con perilla. ¿Quién eres?, pensó. ¿Por qué has aparecido en mi vida?
—Nos iremos conociendo mejor —dijo él, como si hubiese leído sus pensamientos...
Mientras estaban así sentados, haciendose cada vez más intensa la luz que entraba por las vidrieras, Alberto Knox empezó a hablar de la filosofía de la Edad Media.
—Los filósofos de la Edad Media dieron más o menos por sentado que el cristianismo era lo verdadero —empezó a decir.
—La cuestión era si había que creer en los milagros cristianos o si también era posible acercarse a las verdades cristianas mediante la razón. ¿Qué relación había entre los filósofos griegos y lo que decía la Biblia? ¿Había una contradicción entre la Biblia y la razón, o eran compatibles la fe y la razón? Casi toda la filosofía medieval versó sobre esta única pregunta.
Sofía asintió impaciente. Ya había contestado a esta pregunta sobre la fe y la razón en el control de religión.
—Veamos este planteamiento del problema en los dos filósofos más importantes de la Edad Media. Podemos empezar con San Agustín, que vivió del 354 al 430. En la vida de esta persona podemos estudiar la transición entre la Antigüedad tardía y el comienzo de la Edad Media. San Agustín nació en la pequeña ciudad de Tagaste, en el norte de África, pero ya con dieciséis años se fue a estudiar a Cartago. Más tarde viajó a Roma y a Milán, y vivió sus últimos años como obispo en la ciudad de Hipona, situada a unas millas al oeste de Cartago. Sin embargo no fue cristiano toda su vida. San Agustín pasó por muchas religiones y corrientes filosóficas antes de convertirse al cristianismo.
—¿Puedes ponerme algunos ejemplos?
—Durante un período fue maniqueo. Los maniqueos eran una secta religiosa muy típica de la Antigüedad tardía. Era una doctrina de salvación mitad religiosa, mitad filosófica. La idea era que el mundo está dividido en bien y mal, en luz y oscuridad, espíritu y materia. Con su espíritu las personas podían elevarse por encima mundo de la materia y así poner las bases para la salvación del alma. Pero esta fuerte diferenciación entre el bien y el mal no le dio ninguna paz a San Agustín. De joven estaba muy interesado por lo que solemos llamar «el problema del mal», es decir, la cuestión del origen del mal. Durante otra época estuvo influenciado por la filosofía estoica, y según los estoicos no existía esa fuerte separación entre el bien y el mal. Pero sobre todo estuvo influido San Agustín por la otra tendencia filosófica importante de la Antigüedad tardía, es decir; por el neoplatonismo, en el que se encontró con la idea de que toda la existencia tiene una naturaleza divina.
—¿Y entonces se convirtió en un obispo neoplatónico?
—Pues casi sí. Primero se volvió cristiano, pero el cristianismo de San Agustín tiene fuertes rasgos de la manera de razonar del platonismo. Así comprenderás, Sofía, que no se trata de ninguna ruptura traumática con la filosofía griega, aunque estemos entrando en la Edad cristiana. Gran parte de la filosofía griega fue llevada a la nueva época a través de los Padres de la Iglesia como San Agustín.
—¿Quieres decir que San Agustín fue cincuenta por ciento cristiano y cincuenta por ciento neoplatónico?
—Evidentemente él mismo opinaba que era cien por cien cristiano. Pero no veía una gran distinción entre el cristianismo y la filosofía de Platón. Pensó que la coincidencia entre la filosofía de Platón y la doctrina cristiana era tan clara que se preguntaba si Platón no habría conocido partes del Antiguo Testamento. Esto es muy dudoso, claro está. Podríamos decir que fue San Agustín el que «cristianizó» a Platón.
—Por lo menos no se despidió de todo lo que tenía que ver con la filosofía aunque empezara a creer en el cristianismo. ¿Verdad?
—Pero señaló que, en cuestiones religiosas, la razón sólo puede llegar hasta unos limites. El cristianismo también es un misterio divino al que sólo nos podemos acercar a través de la fe. Pero si creemos en el cristianismo, Dios «iluminará» nuestra alma para que consigamos unos conocimientos sobrenaturales de Dios. El mismo San Agustín había descubierto que la filosofía sólo podía llegar hasta ciertos límites. Hasta que no se convirtió al cristianismo, su alma no encontró la paz. «Nuestro corazón está intranquilo hasta encontrar descanso en Ti», escribe. —No entiendo muy bien cómo la teoría de las Ideas de Platón podía unirse con el cristianismo —objetó Sofía—. ¿Qué pasa con las Ideas eternas?
—Es verdad que San Agustín piensa que Dios creó el mundo de la nada. Esta es una idea bíblica. Los griegos tendían a pensar que el mundo había existido siempre. Pero él opinaba que antes de crear Dios el mundo, las «ideas» existían en los pensamientos de Dios. Incorporó de esta manera las ideas platónicas en Dios, salvando así el pensamiento platónico de las ideas eternas.
—Qué listo.
—Pero esto demuestra como San Agustín y otros Padres de la Iglesia se esforzaron al máximo por unificar la manera de pensar judía con la griega. En cierta manera fueron ciudadanos de dos culturas. También en la problemática del mal, San Agustín recurre al neoplatonismo. Opina, como Plotino, que el mal es la «ausencia de Dios». El mal no tiene una existencia propia, es algo que no es. Porque la Creación de Dios es en realidad sólo buena. El mal se debe a la desobediencia de los hombres, pensaba San Agustín. O, para decirlo con sus propias palabras: «la buena voluntad es obra de Dios, la mala voluntad es desviarse de la obra de Dios».
—¿También opinaba que los seres humanos tienen un alma divina?
—Sí y no. San Agustín dice que hay un abismo infranqueable entre Dios y el mundo. En este punto se apoya firmemente sobre cimientos bíblicos, y rechaza la idea de Plotino de que todo es Uno. Pero también subraya que el ser humano es un ser espiritual. Tiene un cuerpo material, que pertenece al mundo físico donde la polilla y el óride corroen, pero también tiene un alma que puede reconocer a Dios.
—¿Qué sucede con el alma humana cuando morimos? —Según San Agustín toda la humanidad entró en perdición después del pecado original. Y sin embargo, Dios ha determinado que algunos seres humanos serán salvados de la perdición eterna.
—Entonces opino que igual podría haber decidido que nadie fuera a la perdición —objetó Sofía.
—Pero en este punto San Agustín rechaza cualquier derecho del hombre a criticar a Dios. En este contexto se remite a algo que escribió San Pablo en su Carta a los romanos:
¿Pero quién eres tú, hombre, que protestas contra Dios? ¿Puede lo que está formado decir al que lo formó: «¿Por qué me hiciste así?». ¿No es el alfarero el señor de la arcilla para que del mismo material pueda hacer una vasija fina y una vasija barata?
—¿Entonces quiere decir que Dios está sentado en el cielo jugando con los seres humanos?
—La idea de San Agustín es que ningún ser humano se merece la salvación de Dios. Y sin embargo Dios ha elegido a algunos que se salvarán de la perdición. Para él, por lo tanto— no existe ningún secreto sobre quién se salva y quién se pierde ya que está decidido de antemano. Somos arcilla en la mano de Dios. Dependemos totalmente de su misericordia.
—Entonces volvió en cierto modo a la vieja fe en el destino.
—Algo así. Pero San Agustín no les quita a los hombres la responsabilidad de sus propias vidas. Nos aconsejó que viviésemos de manera que por nuestro ciclo vital pudiéramos darnos cuenta de que pertenecemos a los elegidos. Porque no niega que tengamos un libre albedrío. Pero Dios «ha visto de antemano» cómo vamos a vivir.
—¿No es eso un poco injusto? —preguntó Sofía—. Sócrates opinaba que todos los seres humanos tenían las mismas posibilidades porque todos tenían la misma capacidad de razonar. Pero San Agustín dividió la humanidad en dos grupos. Uno de los dos grupos se salvará, el otro se perderá.
—Sí, con la teología de San Agustín nos hemos alejado ya un poco del humanismo de Atenas. Pero no fue San Agustín el que dividió la humanidad en dos grupos. Se apoya en la doctrina de la Biblia sobre la salvación y la perdición. En una gran obra llamada La ciudad de Dios, profundiza sobre este pensamiento.
—¡Cuenta!
—La expresión «Ciudad de Dios» o «Reino de Dios», procede de la Biblia y de la predicación de Jesús. San Agustín piensa que la Historia trata de la lucha que se libra entre la «Ciudad de Dios» y la «Ciudad terrena». La dos «ciudades», no son ciudades políticas fuertemente separadas entre ellas. Luchan por el poder en cada persona. No obstante, la Ciudad de Dios está presente de un modo mas o menos claro en la Iglesia, y la Ciudad terrena está presente en los Estados políticos, por ejemplo en el Imperio Romano, que se desintegró precisamente en la época de San Agustín. Esta idea se iba haciendo cada vez más clara conforme la Iglesia y el Estado luchaban por el poder a lo largo de la Edad Media. «No existe ninguna salvación fuera de la Iglesia», se había dicho ya. La Ciudad de Dios de San Agustín se identificó por tanto, finalmente, con la Iglesia como organización. Hasta la Reforma, en el siglo XVI, no se protestaría contra la idea de que el hombre tuviera que pasar por la Iglesia para recibir la gracia de Dios.
—Entonces ya era hora.
—También debemos fijarnos en el hecho de que San Agustín fuera el primer filósofo, de los que hemos estudiado, que introdujo la propia Historia en su filosofía. La lucha entre el bien y el mal no era en absoluto algo nuevo. Lo nuevo es que esta lucha se libra dentro de la Historia. En este sentido no hay mucho platonismo en San Agustín, sino que se encuentra firmemente plantado en la visión lineal de la Historia, tal como la encontramos en el Antiguo Testamento. La idea es que Dios necesita la Historia para realizar su «Ciudad de Dios». La Historia es necesaria para educar a los hombres y destruir el mal. O, como dice San Agustín: «La providencia divina conduce la Historia de la humanidad desde Adán hasta el final de la Historia, como si se tratara de la historia de un sólo individuo que se desarrolla gradualmente desde la infancia hasta la vejez».
Sofía miró su reloj.
—Son las ocho —dijo—. Pronto tendré que irme.
—Pero primero voy a hablarte del otro gran filósofo medieval. ¿Nos sentamos fuera?
 Alberto se levantó del banco, juntó las palmas de las manos y comenzó a salir lentamente de la iglesia. Parecía como si estuviese rezando a Dios o como si meditara algunas verdades espirituales. Sofía le siguió; le pareció que no tenía elección. Fuera había todavía una fina capa de neblina sobre el suelo. El sol había salido hacía mucho, pero aún no había penetrado del todo en la neblina matutina. La Iglesia de María se encontraba en las afueras de un viejo barrio de la ciudad.
Alberto se sentó en un banco delante de la iglesia. Sofía pensaba en lo que podría ocurrir si alguien pasaba por allí. Ya era bastante insólito estar sentado en un banco a las ocho de la mañana, pero aún más insólito era estar sentada junto a un monje medieval.
—Son las 8 —empezó Alberto—. Han pasado unos cuatrocientos años desde San Agustín. Ahora comienza la larga jornada escolar. Hasta las 10 los colegios de los conventos son los únicos que se ocupan de la enseñanza. Entre las 10 y las 11 se fundan las primeras escuelas de las catedrales y sobre las 12 las primeras universidades. En la misma época se construyen además las grandes catedrales góticas. También esta iglesia se construyó en el siglo XIII. En esta ciudad no había recursos para construir una gran catedral.
—Supongo que tampoco haría falta —comento Sofía—. No hay cosa peor que las iglesias vacías.
—Bueno, las grandes catedrales no se construyeron únicamente para acoger a grandes congregaciones. Se levantaron en honor a Dios y eran en sí una especie de servicio divino. Pero también ocurrió otra cosa en este período de la Edad Media, algo que tiene importancia para filósofos como nosotros.
—¡Cuéntame!
Alberto prosiguió.
—La influencia de los árabes en España comenzó a hacerse notar. Durante toda la Edad Media los árabes tuvieron una viva tradición aristotélica, y desde finales del siglo XII, árabes eruditos iban al norte de Italia, invitados por los príncipes de esa región. De esta manera muchos de los escritos de Aristóteles fueron conocidos y poco a poco traducidos del griego y del árabe al latín. Esto despertó un nuevo interés por cuestiones científicas, además de revivir la antigua polémica sobre la relación entre las revelaciones cristianas y la filosofía griega. En los asuntos de ciencias naturales ya no se podía pasar por alto a Aristóteles. ¿Pero en que ocasiones había que escuchar al filósofo y en cuales había que apoyarse exclusivamente en la Biblia? ¿Me sigues?
Sofía asintió brevemente, y el monje prosiguió.
—El filósofo más grande y más importante de la Alta Edad Media fue Tomás de Aquino, que vivió de 1225 a 1274. Nació en la pequeña ciudad de Aquino, entre Roma y Nápoles, pero trabajó también como profesor de filosofía en la universidad de Paris. Lo llamo «filósofo», pero también fue, en la misma medida, «teólogo». En aquella época no había en realidad una verdadera distinción entre «filosofía» y «teología». Para resumir podemos decir que Tomás de Aquino cristianizó a Aristóteles de la misma manera que San Agustín había cristianizado a Platón al comienzo de la Edad Media.
—¿No era un poco raro cristianizar a filósofos que vivieron muchos cientos de años antes de Jesucristo?
—En cierta manera si. Pero cuando hablamos de la «cristianización» de los dos grandes filósofos griegos queremos decir que fueron interpretados y explicados de tal manera que no se consideraran una amenaza contra la doctrina cristiana. De Tomás de Aquino se dice que «cogió el toro por los cuernos».
—No sabía que la filosofía tuviera que ver con las corridas de toros.
—Tomás de Aquino fue de los que intentaron unir la filosofía de Aristóteles y el cristianismo. Decimos que creó la gran síntesis entre la fe y el saber. Y lo hizo precisamente entrando en la filosofía de Aristóteles y tomándole sus palabras.
—O por los cuernos. No he dormido apenas esta noche, de modo que me temo que tendrás que explicarte mejor.
—Tomás de Aquino pensó que no tenía por qué haber una contradicción entre lo que nos cuenta la filosofía o la razón y lo que nos revela la fe. Muy a menudo el cristianismo y la filosofía nos dicen lo mismo. Por lo tanto podemos, con la ayuda de la razón, llegar a las mismas verdades que las que nos cuenta la Biblia.
—¿Como es posible eso? ¿La razón nos puede decir que Dios creó el mundo en seis días? ¿O que Jesús era hijo de Dios?
—No, a esa clase de «dogmas de fe», solo tenemos acceso a través de la fe y de la revelación cristiana. Pero Tomás opinaba que también existen una serie de «verdades teológicas naturales». Con esto se refería a verdades a las que se puede llegar tanto a través de la revelación cristiana como a través de nuestra razón innata o natural. Una verdad de ese tipo es, por ejemplo, la que dice que hay un Dios. Tomás opinaba que hay dos caminos que conducen a Dios. Un camino es a través de la fe y la revelación. El otro camino es a través de la razón y las observaciones hechas con los sentidos. Bien es verdad que, de estos caminos, el de la fe y la revelación es el más seguro, porque es fácil desorientarse si uno se fía exclusivamente de la razón. Pero el punto clave de Tomas es que no tiene que haber necesariamente una contradicción entre un filósofo como Aristóteles y la doctrina cristiana.
—¿Entonces igual podemos apoyarnos en Aristóteles que en la Biblia?
—No, no. Aristóteles sólo llega hasta un punto en el camino porque no llegó a conocer la revelación cristiana. Pero recorrer una parte del camino no significa equivocarse de camino. Por ejemplo, no es incorrecto decir que Atenas está en Europa. Pero tampoco es muy preciso. Si un libro sólo te dice que Atenas es una ciudad europea, quizás sea también conveniente consultar un libro de geografía en el que se te proporcione toda la verdad: Atenas es la capital de Grecia, que a su vez es un pequeño país en la parte sureste de Europa. Si tienes suerte, a lo mejor también te cuenta algo de la Acrópolis; por no decir de Sócrates, Platón y Aristóteles.
—Pero también era verdad el primer dato sobre Atenas.
—¡Exactamente! Lo que quiso mostrar Tomás es que sólo existe una verdad. Cuando Aristóteles señala algo que nuestra razón reconoce como verdad, entonces tampoco contradice la doctrina cristiana. Podemos acercarnos plenamente a una parte de la verdad mediante nuestra razón y nuestras observaciones hechas con los sentidos; son precisamente esas verdades las que menciona Aristóteles cuando describe el reino animal y el reino vegetal. Otra parte de la verdad Dios la ha revelado Dios a través de la Biblia. Pero las dos partes de la verdad se superponen la una a la otra en muchos puntos importantes. También hay algunas cuestiones sobre las que la Biblia y la razón nos dicen exactamente lo mismo.
—¿Por ejemplo que existe un Dios?
—Exactamente. También la filosofía de Aristóteles suponía que había un Dios, o una causa primera, que pone en marcha todos los procesos de la naturaleza. Pero no nos proporciona ninguna descripción más detallada de Dios. En este punto tenemos que apoyarnos exclusivamente en la Biblia y en la palabra de Cristo.
—¿Es tan seguro que realmente existe un Dios?
—Naturalmente es algo que se puede discutir. Pero incluso hoy en día la mayor parte de la gente está de acuerdo en que al menos la razón del ser humano no puede probar que no haya un Dios. Tomás fue más allá. Pensaba que basándose en la filosofía de Aristóteles se podía probar la existencia de Dios.
—No esta mal.
—También con la razón podemos reconocer que todo lo que hay a nuestro alrededor tiene que tener una «causa original», decía. Dios se ha revelado ante los hombres tanto a través de la Biblia como a través de la razón. De esta manera, existe una «teología revelada», y una «teología natural». Lo mismo ocurre con la moral. En la Biblia podemos leer cómo quiere Dios que vi vamos. Pero a la vez Dios nos ha provisto de una conciencia que nos capacita para distinguir entre el bien y el mal, sobre una base natural. Hay pues «dos caminos», también para la vida moral. Podemos saber que está mal herir a otras personas, aunque no hayamos leído en la Biblia: «Haz con tu prójimo lo que quieres que tu prójimo haga contigo». Pero también en este punto lo más seguro es seguir los mandamientos de la Biblia.
—Creo que lo entiendo —dijo Sofía—. Es más o menos como que podemos saber que hay tormenta tanto viendo los relámpagos como oyendo los truenos.
—Correcto. Aunque seamos ciegos podemos oír que truena. Y aunque seamos sordos podemos ver los relámpagos. Lo mejor es, claro está, ver y oír. Pero no hay ninguna «contradicción» entre lo que vemos y lo que oímos. Al contrario, las dos impresiones se complementan.
—Entiendo.
—Déjame añadir otra imagen. Si lees una novela, por ejemplo Victoria de Knut Hamsum8...
—De hecho la he leído...
—¿Conoces algo sobre el autor leyendo simplemente la novela que ha escrito?
—Al menos puedo saber que existe un autor que la ha escrito.
—¿Puedes saber algo más de él?
—Tiene una visión bastante romántica del amor.
—Cuando lees esta novela, que es creación de Hamsun, obtienes una impresión de la naturaleza de Hamsun. Pero no puedes contar con encontrar datos personales sobre el autor. Por ejemplo, ¿puedes saber mediante la lectura de Victoria la edad que tenía el autor al escribir la novela, dónde vivía o cuántos hijos tenía?
—Claro que no.
—Ese tipo de datos los podrás encontrar en una biografía sobre Knut Hamsun. Solamente en una biografía, o autobiografía, sabrás más acerca del autor como «persona».
—Sí, así es.
—Más o menos así es la relación entre la obra de creación de Dios y la Biblia. Sólo mediante la observación de la naturaleza podemos reconocer que hay un Dios. No resulta difícil ver que ama las flores y los animales, si no, no los hubiera creado. Pero sólo en la Biblia encontramos información sobre la persona de Dios, es decir, en su «autobiografía».
—¡Qué ejemplo más bueno!
—Mmm...
Por primera vez Alberto se quedó pensativo, sin decir nada.
—¿Esto tiene algo que ver con Hilde? —se le escapó a Sofía.
—¿Pero si no sabemos con seguridad si existe alguna «Hilde»?
—Pero sabemos que se colocan señales de ella en muchos sitios. Postales y pañuelos de seda, una cartera verde, un calcetín...
Alberto asintió.
—Y parece que esas señales dependen de dónde quiera colocarlas el padre de Hilde. Pero hasta ahora sólo sabemos que hay una persona que nos manda todas las postales. Ojalá hubiera escrito un poco sobre él también. Bueno, ya volveremos a ese asunto.
—Son las 12. Tengo que volver a casa antes de que se acabe la Edad Media.
—Acabaré con unas palabras sobre cómo Tomás de Aquino se quedó con la filosofía de Aristóteles en todos los puntos en los que esta no contradecía la teología de la Iglesia. Este es el caso de la lógica de Aristóteles, de su filosofía del conocimiento, así como la de la naturaleza. ¿Te acuerdas de la descripción de Aristóteles de una cadena evolutiva desde plantas y animales a seres humanos? Sofía asintió.
—Aristóteles pensaba que esta escala señalaba a un Dios que constituía una especie de cumbre de existencia. Este esquema se adaptaba fácilmente a la teología cristiana. Según Tomas hay un grado evolutivo de existencia, desde plantas y animales hasta seres humanos, desde los seres humanos a los ángeles, y desde los ángeles a Dios. El hombre tiene, al igual que los animales, un cuerpo con órganos sensoriales, pero el ser humano tiene también una razón con «pensamientos profundos». Los ángeles no tienen tal cuerpo, por lo tanto tienen también una inteligencia inmediata e instantánea. No necesitan «pensárselo» como los seres humanos, no necesitan deducir algo de un punto a otro. Saben todo lo que pueden saber los hombres sin tener que ir paso a paso como nosotros. Como los ángeles no tienen cuerpo, tampoco morirán nunca. No son eternos como Dios, porque también ellos fueron creados por Dios. Pero no tienen ningún cuerpo del que puedan separarse y, por tanto, no morirán nunca.
—Suena maravilloso.
—Pero por encima de los ángeles domina Dios. El puede verlo y saberlo todo en una sola y continua visión.
—Entonces nos esta viendo ahora.

—Sí, quizás nos esté viendo. Pero no «ahora». Para Dios no existe el tiempo como existe para nosotros. Nuestro «ahora» no es el «ahora» de Dios. Aunque para nosotros pasen unas semanas, no necesariamente pasan unas semanas para Dios.

—Eso es un poco horrible —se le escapó a Sofía.
Se tapó la boca con una mano. Alberto la miró, y Sofía prosiguió.
—He recibido otra postal del padre de Hilde. Escribió algo así como que si pasa una semana o dos para Sofía no significa necesariamente que pase tanto tiempo para nosotros. ¡Casi lo mismo que lo que acabas de decir sobre Dios!
Sofía pudo ver cómo la cara bajo la capucha se encogía en un gesto impetuoso.
—¡Debería avergonzarse!
Sofía no entendió lo que quería decir con eso, quizás sólo fuera una manera de hablar. Alberto prosiguió.
—Desgraciadamente Tomás de Aquino también se quedó con la visión que de la mujer tenía Aristóteles. ¿Te acordarás de que Aristóteles pensaba que la mujer era algo así como un hombre imperfecto. Opinaba además que los hijos sólo heredaban las cualidades del padre. Como la mujer era pasiva y receptiva, el hombre era el activo y el que daba la forma. Estos pensamientos armonizaban, según Tomás de Aquino, con las palabras de la Biblia, donde se dice, entre otras cosas, que la mujer fue creada de una costilla del hombre.
—¡Tonterías!
—Conviene añadir que el que algún mamífero pone huevos no se supo hasta 1827. Por lo tanto quizás no fuera tan extraño que se pensara que el hombre era el que daba la forma y la vida en la procreación. Además debemos tener en cuenta que según Tomás la mujer es inferior al hombre sólo físicamente. El alma de la mujer tiene el mismo valor que la del hombre. En el cielo hay igualdad entre hombre y mujeres, simplemente porque dejan de existir todas las diferencias físicas entre los sexos.
—¡Qué desconsuelo! ¿No había filósofas en la Edad Media?
—La Iglesia estuvo fuertemente dominada por los hombres, lo cual no significa que no hubiese pensadoras. Una de ellas fue Hildegarda de Eibingen...
Sofía abrió los ojos de par en par.
—¿Tiene ella algo que ver con a Hilde?
—¡Qué de preguntas haces! Hildegarda era una monja del Valle del Rhin que vivió de 1098 a 1179. A pesar de ser mujer era predicadora, botánica y científica. Podría simbolizar la idea de que a menudo las mujeres eran las más realistas, por no decir las más científicas, en la Edad Media.
—He preguntado que si tiene algo que ver con Hilde.
—Entre los judíos y los cristianos había una creencia que decía que Dios no sólo era hombre. También tenía un lado femenino o una «naturaleza materna». Porque también las mujeres están creadas a imagen y semejanza de Dios. En griego este lado femenino de Dios se llamaba Sophia. «Sophia» o «Sofía» significa «sabiduría».
Sofía se sentía abatida. ¿Por qué nadie le había contado esto antes? ¿Y por qué ella nunca había preguntado?
Alberto prosiguió:
—Tanto entre los judíos como en la iglesia ortodoxa Sophia, o la naturaleza materna de Dios, jugo cierto papel durante la Edad Media. En Occidente cayó en el olvido. Entonces llega Hildegarda. Cuenta que Sophia se le apareció. Iba vestida con una túnica dorada decorada con valiosas joyas. Ahora Sofía se levantó del banco. ¡Sophia se le había aparecido a Hildegarda!

Gaarder: La teoría de las Ideas.-

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Lo eternamente verdadero, lo eternamente hermoso y lo eternamente bueno


Al principio de este curso de filosofía te dije que, a menudo, resulta muy útil preguntarse a uno mismo cuál es el proyecto de un determinado filósofo. De modo que ahora pregunto: ¿qué era lo que a Platón le interesaba averiguar ante todo?
 Resumiendo mucho, podemos decir que a Platón le interesaba la relación  entre lo eterno y lo inalterable, por un lado, y lo que fluye, por el otro. (¡Es decir, exactamente igual que a los presocráticos!) Luego dijimos que los sofistas y Sócrates abandonaron las cuestiones de la filosofía de la naturaleza, para interesarse más por el ser humano y la sociedad. Sí, eso es verdad, pero también los sofistas y Sócrates se interesaban, en cierto modo, por la relación entre lo eterno y lo permanente, por un lado, y lo que fluye, por el otro. Se interesaron por esta cuestión en lo que se refiere a la moral de los seres humanos, y a los ideales o virtudes de la sociedad. Muy resumidamente, se puede decir que los sofistas pensaban que la cuestión de lo que es bueno o malo, es algo que cambia de ciudad en ciudad, de generación en generación, es decir que la cuestión sobre lo bueno y lo malo es algo que «fluye». Sócrates no podía aceptar este punto de vista, y opinaba que había unas reglas totalmente básicas y eternas para lo que es bueno y lo que es malo. Mediante nuestra razón podemos, todos los seres humanos, llegar a conocer esas normas inmutables, pues precisamente la razón de los seres humanos es algo eterno e inmutable.
¿Me sigues, Sofía? Estamos llegando a Platón. A él le interesa lo que es eterno e inmutable en la naturaleza y lo que es eterno e inmutable en cuanto a la moral y la sociedad.
De hecho, para Platón, estas son una misma cosa. Intenta captar una propia «realidad» eterna e inmutable. Y, a decir verdad, precisamente para eso tenemos a los filósofos. No están para elegir a la chica más guapa del año, ni los tomates más baratos del jueves (razón por la cual no son siempre tan famosos).
Los filósofos suelen fruncir el ceño ante asuntos tan vanos y tan «de actualidad»· Intentan señalar lo que es eternamente «verdadero», eternamente  «hermoso», y eternamente «bueno». Con esto tenemos, al menos, una vaga idea del proyecto filosófico de Platón. A partir de ahora, miraremos las cosas una por una. Intentaremos entender un razonamiento que dejó profundas huellas en toda la filosofía europea posterior.


El mundo de la Ideas


Tanto Empédocles como Demócrito habían señalado que todos los fenómenos de la naturaleza fluyen, pero que sin embargo, tiene que haber «algo» que nunca cambie «las cuatro raíces de todas las cosas» o «los átomos». Platón sigue este planteamiento, pero de una manera muy distinta. Platón opinaba que todo lo que podemos tocar y sentir en la naturaleza fluye. Es decir, según él, no existen unas pocas que no se disuelven. Absolutamente todo lo que pertenece al mundo de los sentidos está formado por una materia que se desgasta con el tiempo. Pero, a la vez, todo está hecho con un eterno e inmutable.
¿Lo entiendes? Ah, ¿no...? ¿Por qué todos los caballos son iguales, Sofía! A lo mejor piensas que no lo son en absoluto. Pero hay algo que todos los caballos tienen en común, algo que hace que nunca tengamos problemas para distinguir un caballo de cualquier otro animal. El caballo individual «fluye», claro está. Puede ser viejo, cojo, y, con el tiempo, se pondrá enfermo y morirá. Pero el «molde de caballo» es eterno e inmutable.
Déjame precisar: los presocráticos habían dado una explicación, mas o menos razonable, de los cambios en la naturaleza, sin tener que presumir que algo «cambia» de verdad. En medio del ciclo de la naturaleza, hay algunas partes mínimas que son eternas e inmutables y que no se disuelven, pensaban ellos ¡Muy bien, Sofía! Digo muy bien, pero no podían explicar cómo estas «partes mínimas», que alguna vez habían sido las piezas para construir un caballo, de pronto pueden juntarse para formar un «caballo» completamente nuevo, unos tres o cuatrocientos años más tarde. O formar un elefante, por usar otro ejemplo, o un cocodrilo. Lo que quiere decir Platón es que los átomos de Demócrito nunca pueden llegar a convertirse en un «cocofante» o un «eledrilo». Precisamente, esto fue lo que puso en marcha su reflexión filosófica.
Si ya estás entendiendo lo que quiero decir, puedes saltarte este apartado. Para estar seguro, voy a precisar: tienes una serie de piezas del lego y construyes con ellas un caballo. Luego lo deshaces y vuelves a meter las piezas en una caja. No puedes esperar que surja un caballo completamente nuevo con sólo sacudir la caja que contiene las piezas. ¡Cómo iban a poder las piezas arreglarselas por su cuenta para volver a convertirse en caballo! No, eres la que tienes que volver a construir el caballo, Sofía. Y lo logras gracias a una imagen que tienes en tu cabeza del aspecto del caballo. Es decir: el caballo de lego está moldeado según un modelo que queda inalterado de caballo en caballo.
¿Solucionaste lo de las cincuenta pastas idénticas? Supongamos que caes al mundo desde el espacio y que jamas has visto una pastelería. De repente, te topas con una de aspecto tentador, y ves, sobre un mostrador, cincuenta pastas idénticas. Supongo que te habrías roto la cabeza, preguntándote cómo era posible que fueran todas idénticas. Sin embargo puede ser que alguna de ellas careciera de algo que tuvieran las demás. Si eran figuras, puede que a una le faltara un brazo y a otra un trozo de cabeza, y que una tercera tuviera, a lo mejor, un bulto en la tripa. Tras pensarlo detenidamente, llegarías, no obstante, a la conclusión de que todas las pastas tenían un denominador común. Aunque ninguna fuera totalmente perfecta, se te ocurriría pensar que deben de tener un origen común. Te darías cuenta de que todas las pastas están hechas con el mismo molde. Y hay más Sofía, hay algo más: ahora tendrás un fuerte deseo de ver ese molde. Esto quiere decir que, para Platón, lo eterno y lo inmutable no es una «materia primaria» física. Lo que es eterno e inmutable son los modelos espirituales o abstractos, a cuya imagen todo está moldeado. Esto quiere decir que, para Platón, lo eterno y lo inmutable no es una «materia primaria» física. Lo que es eterno e inmutable son los modelos espirituales o abstractos, a cuya imagen todo está moldeado.
Si lograste solucionar este problema por tu cuenta, entonces solucionaste un problema filosófico exactamente de la misma manera que Platón. Como la mayoría de los filósofos, él «aterrizó desde el espacio». (Se sentó en el último extremo de uno de los finos pelos de la piel del conejo.) Le extrañó cómo todos los fenómenos de la naturaleza podían ser tan iguales entre ellos, y llegó a la conclusión de que debía de haber un reducido número de moldes que se encuentran «detrás de» todo lo que vemos a nuestro alrededor. A estos moldes Platón los llamó Ideas. Detrás de todos los caballos, cerdos y seres humanos, se encuentra la «idea de caballo», la «idea de cerdo» y la «idea de ser humano». (De la misma manera que el pastelero antes mencionado puede tener pastas con forma de hombres, de cerdos y de caballos; pues un buen pastelero tendrá más de un molde. No obstante, basta con un solo molde para cada clase de pastas.)
Conclusión: Platón pensaba que tenía que haber una realidad detrás «del mundo de los sentidos», y a esta realidad la llamó el mundo de las Ideas. Aquí se encuentran las eternas e inmutables «imágenes modelo», detrás de los distintos fenómenos con los que nos topamos en la naturaleza. A este espectacular concepto lo llamamos la teoría de las Ideas de Platón