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Pedro Miguel-Clases de Filosofía y Ética

Kant

El Barroco.-

—Vayamos a sentarnos en el salón, querida alumna. ¿Qué hora es?
—Las cuatro.
—Hoy hablaremos del siglo XVII.
Entraron en el salón de techo abuhardillado, con la ventana en el mismo techo. Sofía se fijó en que Alberto había cambiado algunos objetos por otros. Había algunos que no estaban la última vez. En la mesa había una cajita con una pequeña colección de diferentes lentes. Junto a la cajita había un libro abierto. Era muy antiguo.
—¿Qué es eso? —preguntó Sofía.
—Es la primera edición del famoso libro de Descartes Discurso del Método, del año 1637. Es uno de mis tesoros más preciados.
—¿Y la cajita... ?
—... es una excelente colección de lentes, o cristales ópticos. Fueron pulidos por el filósofo holandés Spinoza hacia mediados del siglo XVII. Me ha costado una fortuna pero es uno de mis mas valiosos tesoros.
—Seguramente comprendería el valor del libro y de la cajita si supiera quienes fueron esos Spinoza y Descartes.
—Desde luego. Intentemos primero entrar un poco en la época en la que vivieron. Sentémonos.
Se sentaron igual que la última vez; Sofía en un gran sillón, y Alberto Knox en el sofá. Entre ellos se encontraba la mesa con el libro y la cajita. Al sentarse, Alberto se quitó la peluca y la puso sobre el escritorio.
—Vamos a hablar del siglo XVII, o de lo que solemos llamar época barroca.
—¿La época barroca? Qué nombre más raro, ¿no?
—La palabra "barroco" viene de otra que en realidad significa "perla irregular". Típicas del arte de la época barroca son las formas llenas de contrastes, a diferencia del arte renacentista, que era más sencillo y más armonioso. El siglo XVII se caracterizaba, en general, por una tensión entre contrastes irreconciliables. Por un lado, continuó el ambiente positivo y vitalista del Renacimiento, y por otro había muchos que buscaban el
extremo opuesto, con una vida de negación del mundo y de retiro religioso. Tanto en el arte como en la vida real nos encontramos con una vitalidad pomposa y ostentosa, al mismo tiempo que surgieron movimientos monásticos que daban la espalda al mundo.
—Así que castillos majestuosos y conventos escondidos.
—Pues sí, algo así.
Una de las consignas de la época barroca era la expresión latina "carpe diem", que significa "goza de este día". Otra expresión latina que se citaba frecuentemente en la misma época era el lema «memento mori», que significa «recuerda que vas a morir». En cuanto a la pintura, un mismo cuadro podía mostrar una vitalidad bastante grandilocuente, a la vez que abajo, en una esquina, aparecía un esqueleto pintado. En muchos contextos la época barroca estaba caracterizada por la vanidad y la cursilería. Pero muchos también se interesaron por el revés de la medalla, ocupándose de lo "efímero" de todas las cosas.
Es decir, que todo lo hermoso que nos rodea va a morir y desintegrarse.
—Pero es verdad. Yo me pongo triste cuando pienso en que nada dura.
—Entonces piensas exactamente igual que mucha gente en el siglo XVII. También políticamente el Barroco fue la época de los grandes contrastes. En primer lugar, Europa estaba traumatizada por las guerras. La peor de todas fue la Guerra de los Treinta Años, que arrasó el continente desde 1618 a 1648. Se trataba en realidad de toda una serie de guerras, especialmente perjudiciales para Alemania. Como consecuencia, en parte, de esta "guerra de los treinta años", Francia empezó a ser la potencia dominante en Europa.
—¿Por qué lucharon?
—En gran medida fue una lucha entre protestantes y católicos. Pero también se trataba de poder político
—Más o menos como en el Líbano.
—Por lo demás, el siglo XVII estaba caracterizado por grandes diferencias de clase. Seguramente habrás oído hablar de la nobleza francesa y de la corte de Versalles, pero no sé si habrás oído algo sobre la pobreza de la gente. Cualquier "despliegue de esplendor" supone un "despliegue de poder". Se ha dicho que la situación política de la época barroca puede compararse con el arte y la arquitectura de la época. Los edificios del barroco se caracterizaban por un sinfín de recovecos y recodos complicados, de la misma manera que la situación política se caracterizaba por alevosías e intrigas.
—¿No hubo un rey sueco que fue asesinado en un teatro?
—Estarás pensando en Gustavo III, que es un buen ejemplo de lo que estoy diciendo. Gustavo III no fue asesinado hasta 1792, pero bajo circunstancias bastante «barrocas».
Fue asesinado durante un gran baile de máscaras.
—Creía que había sido en un teatro.
—El gran baile de máscaras tuvo lugar en la ópera. La época barroca de Suecia duró hasta el asesinato de Gustavo III. El reinado de este rey se denomina "despotismo ilustrado", más o menos como bajo Luis XIV casi cien años antes; Gustavo III era un hombre muy vanidoso, amante de ceremonias afrancesadas y frases corteses. Cabe decir que también amaba el teatro...
—Lo que le causó la muerte.
—Pero el teatro fue en la época barroca algo más que una simple expresión artística. También fue el símbolo más importante de la época.
—¿Símbolo de qué?
—De la vida, Sofía. No sé cuantas veces durante el siglo XVII se dijo aquello de que "la vida es un teatro", pero te aseguro que fueron muchas. Precisamente en la época barroca nació el teatro moderno, con decorados y maquinaria escénica. Se representaba en escena una ilusión, para revelar después que esa actuación en el escenario sólo había sido una ilusión. De esa manera, el teatro se convirtió en una imagen de la vida humana en general, que podía hacer una representación despiadada de la mezquindad humana.
— ¿Shakespeare vivió en la época barroca?
—Escribió sus grandes obras alrededor de 1600, de modo que tenía un pie en el Renacimiento y otro en la época barroca. Pero ya en Shakespeare encontramos montones de frases sobre la vida como un teatro. ¿Quieres algunos ejemplos?
—Con mucho gusto.
—En la pieza Como gustéis dice:
Todo el mundo es una escena
sobre la cual los hombres y mujeres son
pequeños actores que vienen y van.
Un hombre ha de hacer muchos papeles en la vida.
Y en Macbeth dice:
Sombra ambulante es esta vida,
mísero actor que en el escenario se afana
y pavonea un momento y al cabo,
para siempre, calla su voz.
Relato de un idiota lleno de ruido y furia,
que nada significa.
—Muy pesimista, ¿no?
—Se interesaba por la brevedad de la vida. Puede que hayas oído la cita más famosa de todas las de Shakespeare.
—"Ser o no ser, ésa es la cuestión".
—Sí, eso lo dijo Hamlet. Un día andamos por el mundo, al día siguiente habremos desaparecido.
—Pues sí, empiezo a darme cuenta de eso.
—Cuando los poetas y escritores de la época barroca no comparaban la vida con un teatro, la comparaban entonces con un sueño. Shakespeare, por ejemplo, dijo: "Somos del mismo material del que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está  rodeada de sueño...".
—Qué poético.
—El escritor español Calderón, que nació en 1600, escribió una obra de teatro que se llamaba La vida es sueño. En esa obra dice:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
—Tal vez tuviera razón. Hemos leído una obra en el instituto. Se llamaba Jeppe en la Montaña.
—Si, de Ludvig Holberg. Aquí en el norte de Europa fue una gran figura de la transición entre la época barroca y la Ilustración.
—Jeppe se durmió en una cuneta y luego se despertó en la cama del barón. Entonces pensó que simplemente había soñado que era un pobre campesino. Luego, cuando vuelve a dormirse le llevan de nuevo a la cuneta donde se vuelve a despertar. Entonces cree que ha soñado que ha dormido en la cama del barón.
—Holberg tomó prestado este motivo de Calderón, y Calderón lo había tomado prestado de los viejos cuentos árabes de Las mil y una noches. No obstante, comparar la vida con un sueño constituye un motivo que encontramos aún más atrás en la Historia, sobre todo en la India y en China. El viejo sabio chino Zhuangzi, por ejemplo dijo:
Una vez soñé que era una mariposa, y ahora ya no sé si soy Zhuangzi que soñó que era una mariposa, o si soy una mariposa que sueña que soy Zhuangzi.
—Al menos no se podía comprobar cuál era la verdad.
—En Noruega tuvimos un genuino poeta barroco que se llamaba Petter Dass. Vivió de 1647 a 1707. Por un lado quería describir la vida de aquí y ahora, y por otro lado subrayó que sólo Dios es eterno y constante:
Dios es Dios aunque todas las tierras estén desiertas.
Dios es Dios aunque todas las gentes estén muertas...
Pero en el mismo salmo también describió la naturaleza del norte de Noruega y hasta las especies de peces que allí se encuentran. Éstos son rasgos típicamente barrocos. Dentro del mismo texto se describe lo terrenal, lo de aquí, a la vez que lo celestial, lo del mas allá. Todo esto recuerda en cierto modo a la distinción que hacía Platón entre el mundo concreto de los sentidos v el mundo inalterable de las ideas.
—¿Y cómo era la filosofía?
—También la filosofía se caracterizaba por fuertes tensiones entre maneras de pensar completamente opuestas. Como ya hemos visto, algunos pensaban que la existencia era, en el fondo, de naturaleza espiritual. Ese punto de vista se llama idealismo. El punto de vista contrario se llama materialismo , por el que se entiende una filosofía que reduce todos los fenómenos de la naturaleza a magnitudes físicas concretas. También el materialismo tenía muchos defensores en el siglo XVII. El más importante de todos ellos quizás fuera el filósofo inglés Thomas Hobbes. Todos los fenómenos, también hombres y animales, están compuestos exclusivamente de partículas de materia, dijo Hobbes. Incluso la conciencia del ser humano, o su alma, se debe a los movimientos de partículas minúsculas en el cerebro.
—Entonces pensaba lo mismo que Demócrito mil años antes.
—Tanto el "idealismo", como el "materialismo" se repiten continuamente a través de la historia de la filosofía. Pero en pocas otras épocas las dos tendencias han estado tan presentes al mismo tiempo como en la barroca. El materialismo se nutría constantemente de las nuevas ciencias naturales. Newton señaló que las mismas leyes de los movimientos rigen en todo el universo. Pensaba que todos los cambios que se dan en la naturaleza, es decir en la Tierra y en el espacio, se deben a la ley de gravedad y a las leyes sobre los movimientos de los cuerpos. Significa que todo está dirigido por las mismas leyes inquebrantables o "mecánica". Por tanto, es en principio posible calcular cualquier cambio en la naturaleza con una exactitud matemática. De esa forma, Newton colocó las últimas piezas en lo que llamamos «visión mecánica del mundo».
—¿Se imaginó el mundo como una gran máquina?
—Exactamente. La palabra «mecánico» proviene de la palabra griega mechane, que significa máquina. Pero conviene tomar nota de que ni Hobbes ni Newton observaron ninguna contradicción entre la visión mecánica del mundo y la fe en Dios. No fue siempre así entre los materialistas de los siglos XVIII y XIX.
El médico y filósofo francés La Mettrie escribió a mediados del siglo XVIII un libro que se llamó L'Homme machine, que significa "El hombre máquina". De la misma manera que las piernas tienen músculos para andar, dijo, el cerebro tiene "músculos", para pensar. Más adelante, el matemático francés Laplace expresó un concepto extremadamente mecánico con el siguiente pensamiento: si una inteligencia hubiera conocido la situación
de todas las partículas de materia en un momento dado, "no habría nada inseguro, y tanto el futuro como el pasado estarían abiertos ante ella". Esta frase expresa la idea de que todo lo que ocurre está decidido de antemano. Lo que va a suceder "está en las cartas". Este concepto lo llamamos determinismo.
—Entonces el ser humano no puede tener libre albedrío.
—No, todo es producto de procesos mecánicos, también lo son nuestros pensamientos y nuestros sueños. En el siglo XIX, varios materialistas alemanes dijeron que los procesos del pensamiento se relacionan con el cerebro como la orina con los
riñones y la bilis con el hígado.
—Pero tanto la orina como la bilis son algo material. El pensamiento no lo es.
—Estás tocando un punto muy importante. Puedo contarte una historia que expresa lo mismo. Érase una vez un astronauta y un neurólogo rusos que discutían sobre religión. El neurólogo era cristiano, y el astronauta no. "He estado en el espacio muchas veces", se jactó el astronauta, "pero no he visto ni a Dios ni a los ángeles". "Y yo he operado muchos cerebros inteligentes, contestó el neurólogo, pero nunca he visto un solo pensamiento”.
—Eso no significa que no existan los pensamientos.
—Pero subraya que los pensamientos no son cosas que puedan operarse o dividirse en partes cada vez más pequeñas. No resulta, por ejemplo, muy fácil extirpar, mediante una operación, una idea errónea; por algo se ha metido tan adentro. Un importante filósofo del siglo XVII, llamado Leibniz señaló que la gran diferencia entre lo que está hecho de "materia" y lo que está hecho de "espíritu", precisamente es que lo material puede
dividirse en trozos cada vez más pequeños. Pero no se puede dividir un alma en dos.
—¿Pues qué cuchillo serviría para eso?
Alberto se limitó a mover la cabeza. Señaló la mesa y dijo:
—Los dos filósofos más importantes del siglo XVII fueron Descartes y Spinoza.
También ellos lucharon con cuestiones como la relación entre "alma" y "cuerpo". Vamos a estudiarlos un poco más detenidamente.
—Por mí puedes empezar, pero si no hemos acabado a las siete tendré que llamar por teléfono.

Descartes.-

Descartes.- Alberto se levantó para quitarse la capa roja, que puso sobre una silla, y se volvió a acomodar en el sofá.

 

—René Descartes nació en 1596 y vivió una vida errante por Europa. Desde muy joven había nutrido una fuerte esperanza de conseguir conocimientos seguros sobre la naturaleza de los hombres y del universo. Pero después de haber estudiado filosofía se convenció cada vez más de su propia ignorancia.

 

—¿Más o menos como Sócrates?

 

—Mas o menos como él, sí. Como Sócrates, estaba convencido de que sólo nuestra razón puede proporcionarnos conocimientos seguros. No podemos fiarnos de lo que dicen los viejos libros. Ni siquiera podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros

 

sentidos.

 

—Así pensó Platón, también él opinó que sólo la razón nos puede proporcionar conocimientos seguros.

 

—Exacto. Hay una línea que va desde Sócrates y Platón y que pasa por San Agustín antes de llegar a Descartes. Todos estos filósofos fueron racionalistas. Opinaban que la razón es la única fuente segura de conocimiento. Tras extensos estudios, Descartes llegó a la conclusión de que los conocimientos que se habían heredado de la Edad Media no eran necesariamente de fiar. En este punto quizás podríamos compararlo con Sócrates,

 

que no se fiaba de las opiniones corrientes con las que solía encontrarse en la plaza de Atenas. ¿Y entonces qué hace uno, Sofía, me lo puedes decir?

 

—Entonces uno empieza a filosofar por cuenta propia.

 

—Justamente. Descartes decidió empezar a viajar por Europa, de la misma manera que Sócrates empleó su vida en conversar con las gentes de Atenas. Descartes nos cuenta que a partir de entonces sólo buscará aquella ciencia que pueda encontrar en él mismo o en el gran libro del mundo. Se adhirió por tanto al servicio de la guerra, que le llevó a varios lugares de Centroeuropa. Más adelante vivió unos años en París, pero en 1629 se

 

fue a Holanda, donde vivió casi 20 años trabajando en sus tratados filosóficos. En 1649 fue invitado a Suecia por la reina Cristina. Pero la estancia en ese lugar que él denominó la tierra de los osos, del hielo y las rocas, le provocó una pulmonía, y Descartes murió en el invierno de 1650.

 

—Con sólo 54 años.

 

—Pero llegaría a tener una gran importancia para la filosofía, incluso después de su muerte. No es ninguna exageración decir que fue Descartes quien fundó la filosofía de los tiempos modernos. Tras el entusiasta redescubrimiento del renacimiento del ser humano y de la naturaleza, surgió de nuevo una necesidad de recoger las ideas de la época en un sistema filosófico consistente. El primer gran sistematizador fue Descartes. Luego le siguieron Spinoza y Leibniz, Locke y Berkeley, Hume y Kant...

 

—¿Qué quieres decir con un «sistema filosófico»?

 

—Con eso quiero decir una filosofía construida desde los cimientos y que procura encontrar una especie de esclarecimiento de todas las cuestiones filosóficas importantes.

 

La Antigüedad había tenido grandes sistematizadores como Platón y Aristóteles. La Edad Media tuvo a Santo Tomás de Aquino, que quiso construir un puente entre la filosofía de Aristóteles y la teología cristiana. Luego llegó el Renacimiento, con un embrollo de viejos y nuevos pensamientos sobre la naturaleza y la ciencia, sobre Dios y el hombre. Hasta el siglo XVII no hubo por parte de la filosofía un intento de recoger las nuevas ideas en un sistema filosófico esclarecido. El primero en intentarlo fue Descartes. Él puso la primera piedra de lo que sería el proyecto mas importante de la filosofía de las generaciones siguientes. Ante todo le interesaba averiguar lo que podemos saber, es decir, aclarar la cuestión de la certeza de nuestro conocimiento. La otra gran cuestión que le preocupó fue la relación entre el alma y el cuerpo. Estos dos planteamientos caracterizarían el debate filosófico durante los siguientes ciento cincuenta años.

 

—Entonces fue un hombre avanzado para su época.

 

—Sí, pero también eran cuestiones que se planteaban en esa época. En lo que se refiere al problema de conseguir conocimientos indudables, muchos expresaron un escepticismo filosófico total, opinando que los hombres tendrían que resignarse a no saber nada. Pero Descartes no se resignó a eso. Si se hubiera resignado, no habría sido un verdadero filósofo. De nuevo podemos establecer un paralelismo con Sócrates, que tampoco se resignó al escepticismo de los sofistas. Precisamente en la época de Descartes la nueva ciencia había desarrollado un método que proporcionaría una descripción totalmente segura y exacta de los procesos de la naturaleza. Descartes tuvo que preguntarse si no habría también un método seguro exacto para la reflexión filosófica.

 

—Entiendo.

 

—Pero eso sólo fue una cosa. La nueva física había planteado la cuestión sobre la naturaleza de la materia, es decir, sobre qué es lo que decide los procesos físicos de la naturaleza. Cada vez más se defendía una interpretación mecánica de la naturaleza. Pero cuanto más mecánicamente se conceptuaba el mundo físico, tanto más imperiosa se volvía la cuestión sobre la relación entre el alma y el cuerpo. Antes del siglo XVII era habitual considerar el alma como una especie de "respiración vital", que fluye por todos los seres vivos. El significado original de las palabras "alma" y "espíritu" es, de hecho, "aliento vital" o "respiración" en casi todos los idiomas europeos. Para Aristóteles el alma era algo presente en todo el organismo como «principio de la vida» de ese organismo, es decir, algo que no se podía imaginar desprendido del cuerpo. Por tanto, Aristóteles también hablaba de "alma de planta" y "alma de animal". Hasta el siglo XVII no se introdujo una separación radical entre "alma" y "cuerpo". Todos los objetos físicos, también los cuerpos de los animales y los cuerpos humanos, fueron explicados como un proceso mecánico. Pero el alma del hombre no podía formar parte de esa "maquinaria corporal". ¿Donde estaría entonces el alma? Una cuestión importante que quedaba por explicar era cómo algo "espiritual" podía poner en marcha un proceso mecánico.

 

—En realidad es algo bastante curioso.

 

—¿Qué quieres decir?

 

— Decido levantar un brazo y entonces levanto el brazo. O decido ir corriendo a coger el autobús, e instantáneamente mis piernas comienzan a correr. Otras veces puedo pensar en algo triste. De repente, mis lágrimas empiezan a brotar. Entonces tiene que haber una misteriosa relación entre el cuerpo y la conciencia.

 

—Precisamente este problema puso en marcha los pensamientos de Descartes. Igual que Platón, estaba convencido de que había una clarísima separación entre "espíritu" y "materia". Pero Platón no pudo responder a la pregunta de cómo el cuerpo afecta al alma, o cómo el alma afecta al cuerpo.

 

—Yo tampoco puedo, así que me gustaría saber a qué conclusión llegó Descartes.

 

—Sigamos su propio razonamiento.

 

Alberto señaló el libro que estaba sobre la mesa que había entre ellos.

 

—En este pequeño libro, Discurso del Método, Descartes plantea la cuestión de que método debe emplear el filósofo cuando se dispone a solucionar un problema filosófico, pues las ciencias naturales ya tenían su nuevo método.

 

—Eso ya lo has dicho.

 

—Descartes constata primero que no podemos considerar nada como verdad si no reconocemos claramente que lo es. Para conseguir esto puede que sea necesario dividir un problema complejo en cuantas partes parciales sea posible. Entonces se puede empezar por las ideas más sencillas. Podría decirse que cada idea tendrá que "medirse y pesarse", más o menos como Galileo decía que todo tenía que medirse y que lo que no se podía medir tendría que hacerse medible. Descartes pensaba que la filosofía podía ir de lo simple a lo complejo. Así sería posible construir nuevos conocimientos. Al final había que hacer constantes recuentos y controles para poder asegurarse de que no se había omitido nada. Entonces, y no antes, puede ser alcanzable una conclusión filosófica.

 

—Casi suena a problema aritmético.

 

—Sí, Descartes quiso emplear el método matemático también en la reflexión filosófica. Quiso probar verdades filosóficas más o menos de la misma manera en la que se prueba un teorema matemático. También quiso emplear la misma herramienta que empleamos cuando trabajamos con números, es decir la razón. Pues solamente la razón nos proporciona conocimientos seguros. No resulta tan evidente que los sentidos sean de fiar. Ya hemos subrayado su parentesco con Platón, quien también señaló que las matemáticas y los números nos podían proporcionar un conocimiento más certero que los testimonios de los sentidos.

 

—¿Pero es posible solucionar los problemas filosóficos de ese modo?

 

—Volvamos al razonamiento del propio Descartes, cuya meta era lograr conocimientos certeros sobre la naturaleza de la vida. Empezó por afirmar que como punto de partida se debe dudar de todo, porque no quería edificar su sistema filosófico sobre un fondo de arena.

 

—Porque si fallan los cimientos podría derrumbarse todo el edificio.

 

—Gracias por tu ayuda, hija. No es que Descartes pensara que fuera razonable dudar de absolutamente todo, sino que en principio hay que dudar de todo. En primer lugar, no es del todo seguro que podamos continuar nuestra búsqueda filosófica leyendo a Platón o a Aristóteles, porque aunque ampliamos nuestros conocimientos históricos, no ampliamos nuestro conocimiento del mundo. Para Descartes resultaba imprescindible librarse de ideas viejas antes de comenzar su propia indagación filosófica.

 

—¿Quería retirar todo el viejo material de construcción antes de iniciar la nueva casa?

 

—Sí, con el fin de asegurarse completamente de que la nueva construcción de ideas fuera a aguantar, quería limitarse a utilizar exclusivamente material nuevo y fresco. No obstante, la duda de Descartes es más profunda que eso, pues decía que ni siquiera podemos fiarnos de lo que nos dicen nuestros sentidos. Quizás nos está tomando el pelo.

 

—¿Cómo?

 

—También cuando soñamos creemos que estamos viviendo algo real. ¿Hay, en realidad, algo que distinga nuestras sensaciones en estado de vigilia de las de los sueños? "Cuando reflexiono detenidamente sobre esto, no encuentro ni un solo criterio para distinguir la vigilia del sueño", escribe Descartes. Y sigue: “¿Cómo puedes estar seguro de que tu vida entera no es un sueño?".

 

—Jeppe en la Montaña creía que simplemente había soñado que había dormido en la cama del barón.

 

—Y cuando estaba acostado en la cama del barón, creía que su vida de campesino pobre sólo había sido un sueño. De este modo, Descartes acaba por dudar absolutamente de todo. Y en este punto habían acabado sus reflexiones muchos filósofos anteriores a él.

 

—Entonces no llegaron muy lejos.

 

—Descartes, sin embargo, intentó seguir trabajando precisamente a partir de ese punto cero. Había llegado a la conclusión de que estaba dudando de todo y que eso es lo único de lo que podía estar seguro. Y ahora se le ocurre algo. De algo sí puede estar totalmente seguro a pesar de todo: de que duda. Pero, si duda, también tiene que ser seguro que piensa, y puesto que piensa tiene que ser seguro que es un sujeto que piensa. O, como él mismo lo expresa: Cogito, ergo sum.

 

—¿Y eso que significa?

 

—"Pienso, luego existo".

 

—No me extraña mucho que llegara a esa conclusión.

 

—Cierto. Pero debes tomar nota de esa seguridad intuitiva con la que de repente se concibe a sí mismo como un yo pensante. A lo mejor recuerdas que según Platón lo que captamos con la razón es más real y existente que aquello que captamos con los sentidos. Lo mismo pasa con Descartes. No sólo capta que es un yo pensante, sino que al mismo tiempo entiende que este yo pensante es más real que ese mundo físico que captamos con los sentidos. Y luego continúa, Sofía. De ninguna manera ha concluido su investigación filosófica.

 

—Continúa, tú también.

 

—Ahora Descartes se pregunta si hay algo más que reconoce con la misma seguridad intuitiva que lo de la existencia del yo como sujeto pensante. Llega a la conclusión de que también tiene una idea clara y definida de un "ser perfecto". Es una idea que ha tenido siempre, y para Descartes es evidente que una idea como ésa no puede proceder de él, porque: "La idea de un ser perfecto no puede venir de algo que es imperfecto. De modo que esta idea de un ser perfecto tiene que proceder de ese mismo ser perfecto, o, con otras palabras, de Dios". En consecuencia, para Descartes resulta tan evidente que hay un Dios como que el que piensa es un ser pensante.

 

—Ahora me parece que empieza a sacar conclusiones demasiado rápidamente. Al principio tenía mucho cuidado.

 

—Sí, muchos han señalado esto como el punto mas débil de Descartes. Pero tú dices "conclusiones". En realidad, no se trata de ninguna prueba. Lo que opina Descartes es simplemente que todos tenemos una idea de un ser perfecto, y que resulta inherente a esta idea es que ese ser perfecto exista. Porque un ser perfecto no sería perfecto si no existiera. Y además, nosotros no tendríamos ninguna idea de un ser perfecto si no hubiera tal ser perfecto. Nosotros somos imperfectos, entonces no puede venir de nosotros la idea sobre lo perfecto. La idea de un Dios es, según Descartes, una idea innata, está impresa en nosotros desde que nacemos, de la «misma manera que el artista imprime su firma en la obra».

 

—Pero aunque yo tenga una idea de un «cocofante», eso no quiere decir que el «cocofante» exista.

 

—Descartes te habría contestado que tampoco es inherente al concepto "cocofante" el que exista. En cambio, es inherente al concepto «un ser perfecto» que ese ser exista. Según Descartes esto es tan seguro como que es inherente a la idea de círculo el que todos los puntos del círculo se encuentren igual de lejos del centro del mismo. No puedes hablar de un círculo sin que cumpla ese requisito. De la misma manera tampoco puedes hablar de un ser perfecto que careciera de la cualidad más importante de todas, es decir, de la existencia.

 

—Es ésa una manera bastante especial de pensar.

 

—Es una manera de pensar marcadamente «racional». Descartes opinaba, como Sócrates y Platón, que hay una relación entre el pensamiento y la existencia. Cuanto más evidente resulte algo al pensamiento, tanto más segura es su existencia.

 

—Hasta ahora ha llegado a la conclusión de que es una persona que piensa y de que hay, además, un ser perfecto.

 

—Y con esto como punto de partida prosigue. En cuanto a todas esas ideas que tenemos de la realidad exterior, por ejemplo del sol y de la luna. podría ser que todo fueran simplemente imaginaciones o imágenes de sueños. Pero también la realidad exterior tiene algunas cualidades que podemos reconocer con la razón. Esas cualidades son las relaciones matemáticas, es decir, todo aquello que puede medirse, como la longitud, la anchura y la profundidad. Las cualidades cuantitativas y cualidades «cualitativas» Esas cualidades cuantitativas son tan claras y evidentes para la razón como que yo soy un ser pensante. Por otra parte, las cualidades «cualitativas» como el color, el olor y el sabor, están relacionadas con nuestros sentidos y no describen realmente la realidad exterior.

 

—¿De modo que la naturaleza no es un sueño, a pesar de todo?

 

—No lo es, no. Y en este punto Descartes vuelve a recurrir a nuestra idea sobre un ser perfecto. Cuando nuestra razón reconoce algo clara y nítidamente, como es el caso de las relaciones matemáticas de la realidad exterior, entonces tiene que ser así. Porque un Dios perfecto no nos engañaría. Descartes invoca la garantía de Dios para que lo que reconocemos con nuestra razón también corresponda a algo real.

 

—De acuerdo. Ahora ha llegado a la conclusión de que es un ser pensante, que existe un Dios y que además existe una realidad exterior.

 

—Pero la realidad exterior es esencialmente distinta a la realidad del pensamiento. Descartes ya puede constatar que hay dos formas distintas de realidad, o dos sustancias. Una sustancia es el pensamiento o alma, la otra es la extensión o «materia». El alma solamente es consciente, no ocupa lugar en el espacio y por ello tampoco puede dividirse en partes más pequeñas. La materia, sin embargo, sólo tiene extensión, ocupa lugar en el espacio y siempre puede dividirse en partes cada vez más pequeñas, pero no es consciente. Según Descartes, las dos sustancias provienen de Dios, porque sólo Dios existe independientemente de todo. Pero aunque tanto el "pensamiento" como la "extensión", provengan de Dios, las dos sustancias son totalmente independientes la una de la otra. El pensamiento es totalmente libre en relación con la materia, y viceversa: los procesos materiales también actúan totalmente independientes del pensamiento.

 

—Y con esto la Creación de Dios se dividió en dos.

 

—Exactamente. Decimos que Descartes es un dualista, es decir que realiza una clara bipartición entre la realidad espiritual y la realidad extensa. Sólo el ser humano tiene alma. Los animales pertenecen plenamente a la realidad extensa. Su vida y sus movimientos se realizan mecánicamente. Descartes consideró a los animales como una especie de autómatas complejos. En cuanto a la realidad extensa tiene, pues, un concepto totalmente mecanicista de la realidad, exactamente como los materialistas.

 

—Dudo mucho de que Hermes (mi perro) sea una máquina o un autómata. Descartes seguramente no llegaría nunca a sentir cariño por ningún animal. ¿Y nosotros mismos? ¿También somos autómatas?

 

—Si y no. Descartes llegaría a pensar que el hombre es un «ser dual», que piensa pero que también ocupa espacio; lo que significa que el hombre tiene un alma y al mismo tiempo un cuerpo extenso. Aristóteles y San Agustín ya habían dicho algo parecido. Ellos opinaban que el hombre tiene un cuerpo exactamente como los animales, pero también un alma como los ángeles. Según Descartes, el cuerpo humano es una pieza de mecánica. Pero el hombre también tiene un alma que puede actuar completamente libre en relación con el cuerpo. Los procesos corporales no tienen tal libertad, sino que siguen sus propias leyes. Pero lo que pensamos con la razón no ocurre en el cuerpo, sino en el alma, que está totalmente libre en relación con la realidad extensa. A lo mejor debo añadir que Descartes no excluía la posibilidad de que también los animales pudieran pensar. Pero si poseen esa capacidad entonces la misma bipartición entre "pensamiento", y "extensión", también tiene que ser válida para ellos.

 

—De eso ya hemos hablado. Si decide ir corriendo a coger el autobús, entonces se pone en marcha el autómata. Y si a pesar de ello pierdo el autobús, las lágrimas empiezan a brotar.

 

—Ni siquiera Descartes podía negar que ocurre constantemente una alternancia de ese tipo entre el alma y el cuerpo. Opinaba que mientras el alma se encuentra en el cuerpo, está relacionada con éste mediante un órgano cerebral especial que él llama la glándula pineal, en la que se está realizando una continua alternancia entre «espíritu» y "materia". De esta forma, el alma se deja confundir constantemente por sentimientos y afectos relacionados con las necesidades del cuerpo. No obstante, el alma puede independizarse de esos impulsos "bajos", y actuar libremente en relación al cuerpo. La meta es que la razón se encargue del control. Porque aunque la tripa me duela un montón, la suma de los ángulos de un triángulo sigue siendo 180º. De ese modo el pensamiento tiene la capacidad de elevarse por encima de las necesidades del cuerpo y actuar " razonablemente". En ese sentido el alma es totalmente superior al cuerpo. Nuestras piernas podrán hacerse viejas y pesadas, los dientes se nos podrán caer, pero 2 + 2 seguirán siendo 4 mientras nosotros sigamos conservando la razón. Pues la razón no se vuelve vieja y pesada. Es nuestro cuerpo el que envejece. Para Descartes es la propia razón la que es el "alma". Afectos y sentimientos más bajos tales como el deseo y el odio están estrechamente relacionados con las funciones del cuerpo, y por ello con la realidad extensa.

 

—No acabo de comprender del todo la comparación que hace Descartes del cuerpo con una máquina o un autómata.

 

—Esta comparación se debe a que la gente de la época de Descartes estaba fascinada por las máquinas y mecanismos de reloj que aparentemente eran capaces de funcionar por su cuenta. La palabra «autómata» significa precisamente algo que se mueve por sí mismo. Evidentemente era una mera ilusión eso de que se movieran por su cuenta. Un reloj astronómico, por ejemplo, está construido por el hombre, y es el hombre el que tiene que darle cuerda. Descartes subraya que esos aparatos artificiales están compuestos de un modo muy simple, con unas cuantas piezas, si se los compara con ese montón de huesos, músculos, nervios, arterias y venas de que están compuestos los cuerpos de los animales y de los humanos. ¿Por que no iba a hacer Dios un cuerpo de animal o de hombre basado en las leyes de la mecánica?

 

—Hoy en día mucha gente habla de la «inteligencia artificial».

 

—Entonces te refieres a los autómatas de nuestros tiempos. Hemos creado máquinas que a veces nos hacen pensar erróneamente que son realmente inteligentes. Esas máquinas habrían aterrorizado a Descartes. Quizás hubiera empezado a dudar de que la razón del hombre fuera tan libre e independiente como él pensaba. Porque hay filósofos que opinan que la vida espiritual del hombre no es más libre de lo que lo son los procesos fisiológicos. Es evidente que el alma de un ser humano es infinitamente más compleja que un programa de ordenador, pero algunos opinan que en principio somos tan poco libres como lo son esos programas.

 

 

Racionalismo y empirismo.-

Racionalismo y empirismo.- Alberto se acomodó. Luego dijo:

 

—La última vez que estuvimos aquí sentados te hablé de Descartes y Spinoza. Dijimos que tenían una importante cosa en común: los dos eran racionalistas.

 

—Y un racionalista es uno que tiene mucha fe en la razón.

 

—Sí, un racionalista cree en la razón como fuente de conocimientos. Opina que el ser humano nace con ciertas ideas, que existen por tanto en la conciencia de los hombres antes de cualquier experiencia. Y cuanto más clara es la idea, mayor es la seguridad de que corresponde a algo real. Recordarás que Descartes tenía una clarísima imagen de lo que es un "ser perfecto". Partiendo de esta idea deduce que verdaderamente existe un Dios.

 

—No me suelo olvidar de las cosas.

 

—Este modo racionalista de pensar era típico de la filosofía del siglo XVII, y también había sido corriente en la Edad Media. Lo recordamos de Platón y de Sócrates. Pero en el siglo XVIII estuvo expuesto a críticas cada vez más profundas. Varios filósofos adoptaron el punto de vista de que no tenemos absolutamente ningún contenido en conciencia antes de adquirir nuestras experiencias mediante los sentidos. Este punto de vista se llama empirismo.

 

—¿Y de esos empiristas me vas a hablar hoy?

 

—Lo intentaré. Los empiristas, o filósofos de la experiencia, más importantes fueron Locke, Berkeley y Hume, y los tres eran británicos. Los racionalistas dominantes en siglo XVII eran el francés Descartes, el holandés Spinoza y el alemán Leibniz. Por ello solemos distinguir entre el empirismo británico y el racionalismo continental.

 

—Vale, pero son demasiadas palabras. ¿Puedes repetir lo que significa empirismo?

 

—Un empirista desea hacer derivar todo conocimiento sobre el mundo de lo que nos Aristóteles, quien dijo que no hay nada en la conciencia que no haya estado antes en los sentidos. Este punto de vista implicaba una crítica acentuada de Platón, que había opinado que los hombres traían consigo una serie de ideas innatas del mundo de las Ideas. Locke retoma las palabras de Aristóteles, y las dirige contra Descartes.

 

—¿No hay nada en la conciencia... que no haya estado antes en los sentidos?

 

—No tenemos ninguna idea innata sobre el mundo. En realidad no sabemos nada de este mundo en el que nos han colocado antes de haberlo visto. Si tenemos una idea o un concepto que no se puede conectar con hechos experimentados, se trata de un concepto o de una idea falsa. Cuando por ejemplo usamos palabras como "Dios", "eternidad" o "sustancia", la razón funciona sin combustible, porque nadie ha llegado a conocer ni a Dios, ni la eternidad, ni aquello que los filósofos llaman, "sustancia". De esa forma se pueden escribir tesis eruditas que en el fondo no contienen ningún tipo de conocimiento nuevo. Un sistema filosófico de esa clase puede parecer impresionante, pero no son más que quimeras. Los filósofos de los siglos XVII y XVIII habían heredado una serie de tesis eruditas de ese tipo. Ahora había que estudiarlas con lupa. Había que limpiarlas de vacíos. Quizás pudiéramos compararlo con el lavado del oro. La mayor parte es arena pero, dentro, resplandecen las pepitas de oro.

 

—¿Entonces esas pepitas de oro son conocimientos auténticos?

 

—O, por lo menos, pensamientos que se pueden relacionar con los conocimientos humanos. Para los empiristas británicos era muy importante analizar todas las ideas humanas, con el fin de ver si podían ser demostradas mediante experiencias auténticas. Pero vayamos por partes y estudiemos un filósofo cada vez.

 

Hume.-

Hume.- — Nos centraremos antes en David Hume, que vivió de 1711 a 1776. Su filosofía ha pasado a ser la mas importante entre los empiristas. Su importancia se debe también en parte al hecho de que fue él quien inspiró al gran filósofo Immanuel Kant.

 

—¿No importa que me interese más la filosofía de Berkeley, verdad?

 

—No, no importa. Hume se crió en Escocia, en las afueras de Edimburgo. Su familia quería que fuera abogado, pero él mismo dijo que sentía «una resistencia infranqueable hacia todo lo que no era filosofía y enseñanza». Vivió en la época de la Ilustración, al mismo tiempo que grandes pensadores franceses como Voltaire y Rousseau, y viajó mucho por Europa antes de establecerse de nuevo en Edimburgo. Su obra más importante,

 

Tratado acerca de la naturaleza humana, se publicó cuando Hume tenía veintiocho años. Pero él mismo dijo que a los quince años ya tenía la idea del libro.

 

—Entonces debo darme prisa.

 

—Tú ya estás en marcha.

 

—Pero si yo fuera a hacer mi propia filosofía sería bastante diferente a todo lo que he oído hasta ahora.

 

—¿Hay algo que hayas echado especialmente de menos?

 

—En primer lugar, todos los filósofos de los que he oído hablar son hombres. Creo que los hombres viven en su propio mundo. A mí me interesa más el mundo de verdad. El mundo de flores y animales y niños que nacen y crecen. Esos filósofos tuyos hablan constantemente del "ser humano" y ahora me hablas otra vez de un tratado sobre la "naturaleza humana". Pero tengo la sensación de que ese "ser humano" es un hombre de mediana edad. Al fin y al cabo, la vida empieza con el embarazo y el parto. Me parece que ha habido demasiado pocos pañales y llanto de niños hasta ahora. Quizás también haya habido demasiado poco amor y amistad.

 

—Evidentemente tienes toda la razón. Pero quizás precisamente Hume fuera un filósofo que pensaba de otra manera. Él, más que ningún otro, parte del mundo cotidiano. Creo además que Hume tiene fuertes sentimientos sobre cómo los niños perciben el mundo.

 

—Haré un esfuerzo para escuchar.

 

—Como empirista, Hume consideró una obligación el ordenar todos los conceptos y pensamientos confusos que habían inventado todos aquellos hombres. Se hablaba y se escribía con palabras muy viejas y anticuadas, procedentes de la Edad Media y de los filósofos racionalistas del siglo XVII. Hume desea volver a la percepción inmediata del mundo de los hombres. Ningún filósofo podrá "jamás llevarnos detrás de las experiencias cotidianas o darnos reglas de conducta distintas a las que elaboremos meditando sobre la vida cotidiana", decía el.

 

—Hasta aquí suena muy bien. ¿Puedes ponerme algún ejemplo?

 

—En la época de Hume estaba muy extendida la creencia de que había ángeles. Al decir "ángel", nos referimos a una figura de hombre con alas. ¿Has visto alguna vez un ángel, Sofía?

 

—No.

 

—¿Pero habrás visto una figura de hombre?

 

—Qué pregunta más tonta.

 

—¿También has visto alas?

 

—Claro que sí, pero nunca en una persona.

 

—Según Hume, "ángel", es un concepto compuesto. Consta de dos experiencias diferentes que no están unidas en la realidad, pero que, de todos modos, en la imaginación del hombre han sido conectadas. Se trata pues de una idea falsa que inmediatamente debe ser rechazada. De la misma manera tenemos que ordenar nuestros pensamientos e ideas. Hume dijo: "Cuando tenemos un libro en la mano, preguntémonos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto referente a tamaños y cifras? No. ¿Contiene algún razonamiento de experiencia referente a hechos y existencia? No. Entonces dejáselo a las llamas, pues no contiene nada más que pedantería y quimeras".

 

—Me parece muy drástico.

 

—Pero después queda el mundo, Sofía. Con más frescor y con contornos más nítidos que antes. Hume quiere volver a la percepción infantil del mundo, antes de que todos los pensamientos y reflexiones hayan ocupado sitio en la conciencia. ¿No acabas de decir que muchos de esos filósofos de los que has oído hablar vivían en su propio mundo, y que a ti te interesaba más el mundo real?

 

—Algo así, sí.

 

—Hume podría haber dicho exactamente lo mismo. Pero sigamos su propio razonamiento un poco más a fondo…

 

La Ilustración.-

Tenía escrito este guión sobre la Ilustración en una tarjeta que le había dejado Alberto:

 

1. Rebelión contra las autoridades

 

2. Racionalismo.

 

3. La idea de «ilustrar».

 

4. Optimismo cultural.

 

5. Vuelta a la naturalera.

 

6. Cristianismo humanizado.

 

7. Derechos humanos.

 

 

Alberto estaba sentado en los escalones de la cabaña cuando ella llegó. Le hizo señas para que se sentara a su lado. Hacía bueno, pero de la pequeña laguna subía una húmeda y fresca corriente. Era como si el tiempo no se hubiese recuperado aún después de la tormenta.

 

—Vayamos al grano —dijo Alberto—. Después de Hume el siguiente gran sistematizador fue el alemán Kant. Pero también Francia produjo muchos pensadores importantes en el siglo XVIII. Podemos decir que el centro de gravedad filosófico de Europa se encontraba en Inglaterra en la primera mitad del siglo XVIII, en Francia a mediados del mismo siglo y en Alemania hacia finales.

 

—Un desplazamiento del oeste al este, por así decirlo.

 

—Exactamente. Mencionaré brevemente algunas ideas que fueron comunes en muchos de los filósofos franceses de la Ilustración, como Montesquieu, Voltaire, Rousseau y muchos otros. Me he concentrado en siete puntos.

 

—Ya lo sabía. Sofía le alcanzó la postal del padre de Hilde. Alberto suspiró profundamente.

 

—Podría haberse ahorrado esto... Una primera frase clave es, como ya sabes, «rebelión contra las autoridades». Varios de los filósofos franceses de la Ilustración visitaron Inglaterra, país que, en muchos aspectos, era más liberal que su propia patria. Quedaron fascinados por las ciencias naturales inglesas, particularmente por Newton y su física universal. Pero también fueron inspirados por la filosofía británica, muy especialmente por Locke y su filosofía política. De vuelta a su patria, Francia, comenzaron a atacar a las viejas autoridades. Pensaban que era muy importante adoptar una postura escéptica ante todas las verdades heredadas, y que el propio individuo tenía que buscar las respuestas a las preguntas. En este punto estaban influenciados por Descartes.

 

—Porque él había construido todo desde la base.

 

—Exacto. La rebelión contra las viejas autoridades se dirigía en parte contra el poder de la Iglesia, del rey y de la nobleza. En el siglo XVII estas instituciones eran mucho más poderosas en Francia que en Inglaterra.

 

—Y vino la Revolución.

 

—Sí, en 1789. Pero las nuevas ideas llegaron mucho antes. La siguiente palabra clave es «racionalismo».

 

—Yo creía que el racionalismo murió con Hume.

 

—El mismo Hume no murió hasta 1776, aproximadamente veinte años después que Montesquieu y sólo dos años antes que Voltaire y Rousseau, que murieron en 1778 los dos. Pero los tres habían estado en Inglaterra y conocían bien la filosofía de Locke. Tal vez recuerdes que Locke no fue un empirista muy consecuente, porque opinaba, por ejemplo, que tanto la fe en Dios como ciertas normas morales, son inherentes a la razón del hombre. Este punto es también el núcleo de la filosofía francesa de la Ilustración.

 

—Dijiste además que los franceses siempre han sido un poco más racionalistas que los británicos.

 

—Y esa diferencia tiene sus raíces en la Edad Media. Cuando los ingleses hablan de «sentido común», los franceses suelen hablar de «evidencia». La expresión inglesa tiene que ver con la «experiencia común», y la francesa con «lo evidente», es decir con la razón.

 

—Entiendo.

 

—Al igual que los humanistas de la Antigüedad, como Sócrates y los estoicos, la mayor parte de los filósofos de la Ilustración tenía una fe inquebrantable en la razón del hombre. Esto era tan destacable que muchos llaman a la época francesa de la Ilustración simplemente «Racionalismo». Las nuevas ciencias naturales habían demostrado que la naturaleza estaba organizada racionalmente. Los filósofos de la Ilustración consideraron su cometido construir una base también para la moral, la religión y la ética, de acuerdo con la razón inalterable de las personas. Esto fue precisamente lo que condujo a la propia idea de «Ilustración». Ese fue el punto número tres. Ahora hacía falta «ilustrar» a las grandes capas del pueblo, porque ésta era la condición previa para una sociedad mejor. Se pensaba que la miseria y la opresión se debían a la ignorancia y a la superstición. Por lo tanto, había que tomarse muy en serio la educación de los niños y del pueblo en general. No es una casualidad que la pedagogía como ciencia tenga sus raíces en la Ilustración.

 

—Entonces el sistema escolar data de la Edad Media y la pedagogía de la Ilustración.

 

—Pues sí, así es. La obra más representativa de la Ilustración es una gran enciclopedia. Me refiero a la Enciclopedia, que salió en 28 tomos entre 1751 y 1772, con aportaciones de todos los grandes filósofos de la Ilustración. «Aquí está todo», se decía, «desde cómo se hace una aguja hasta cómo se funde un cañón».

 

—El siguiente punto es «optimismo cultural».

 

—Podrías hacerme el favor de no mirar esa postal mientras estoy hablando.

 

—Perdona.

 

—En cuanto se difundieran la razón y los conocimientos, la

 

humanidad haría grandes progresos, pensaron los filósofos de la Ilustración. Era simplemente cuestión de tiempo que la sinrazón y la ignorancia cedieran ante una humanidad «ilustrada». Esta idea ha sido predominante en Europa Occidental hasta hace un par de décadas. Hoy en día ya no estamos tan convencidos de que todo desarrollo sea para bien. Pero incluso esta crítica contra la «civilización», fue planteada por los filósofos ilustrados franceses.

 

—Quizás deberíamos haberlos escuchado.

 

—Algunos de ellos se convirtieron en defensores de «una vuelta a la naturaleza». Para los filósofos de la época, la «naturaleza» significaba casi lo mismo que la «razón». Porque la razón humana proviene de la naturaleza, al contrario que la Iglesia y la civilización. Señalaron que los «pueblos naturales» a menudo eran más sanos y más felices que los europeos, debido a que no estaban «civilizados». Rousseau fue quien lanzó la consigna: «Tenemos que volver a la naturaleza». Porque la naturaleza es buena, y el hombre es bueno «por naturaleza». El mal está en la sociedad. Rousseau pensaba también que el niño debe vivir en su estado «natural» de inocencia mientras pueda. Podríamos decir que la idea de valorar la infancia en sí data de la Ilustración. Hasta entonces la infancia había sido considerada más bien como una preparación a la vida de adulto. Pero somos seres humanos, y vivimos nuestras vidas en la Tierra también mientras somos niños.

 

—Ya lo creo.

 

—Hubo que convertir la religión en algo natural.

 

—¿Qué querían decir con eso?

 

—Había que colocar la religión en concordancia con la razón natural de los hombres. Muchos lucharon por lo que podemos llamar «concepto humanizado del cristianismo», lo cual constituye el punto seis de nuestra lista. Evidentemente había varios materialistas tan consecuentes que no creían en ningún Dios, y que por lo tanto tomaron una postura atea. Pero la mayoría de los filósofos de la Ilustración pensó que era irracional concebir un mundo sin Dios. Para eso el mundo estaba organizado demasiado racionalmente. El mismo punto de vista había sido adoptado por Newton, por ejemplo. Asimismo se consideraba razonable creer en la inmortalidad del alma. Como para Descartes, la cuestión de si el hombre tiene un alma inmortal se convirtió más en una cuestión de razón que de fe.

 

—Eso me resulta un poco extraño. Para mí es un típico ejemplo de aquello que uno sólo puede creer y no saber.

 

—Pero tú tampoco vives en el siglo XVIII. Según los filósofos de la Ilustración había que eliminar del cristianismo todos aquellos dogmas irracionales que se habían añadido a la sencilla predicación de Jesús en el curso de la historia de la Iglesia.

 

—Entonces lo comprendo.

 

—Muchos también defendieron algo que se llama deísmo.

 

—¡Explícate!

 

— «Deísmo» viene de una idea que dice que Dios creó el mundo alguna vez hace muchísimo tiempo, pero que desde entonces no ha aparecido ante el mundo. De esta forma Dios queda reducido a un «ser superior» que sólo se da a conocer ante los hombres mediante la naturaleza y sus leyes, es decir, no se revela de ninguna manera «sobrenatural». Un tal «Dios filosófico» lo encontramos también en Aristóteles, para quien Dios era la «causa primera» o «primer motor» del universo.

 

—Entonces sólo nos queda un punto, y se refiere a derechos humanos».

 

—Sí, que tal vez sea lo más importante. En general podemos decir que la filosofía de la Ilustración francesa tenía una orientación más práctica que la inglesa.

 

—¿Fueron consecuentes con su filosofía y actuaron de acuerdo con ella?

 

—Sí, los filósofos de la Ilustración francesa no se contentaron con tener puntos de vista teóricos sobre el lugar del hombre en la sociedad. Lucharon activamente a favor de lo que llamaron los «derechos naturales» de los ciudadanos. En primer lugar se trataba de la lucha contra la censura, y, por tanto, a favor de la libertad de imprenta. Había que garantizar el derecho del individuo a pensar libremente y a expresar sus ideas referentes a la religión, la moral y la ética. Además se luchó en contra de la esclavitud de los negros y a favor de un trato más humano a los delincuentes.

 

—Creo que estoy de acuerdo con casi todo esto.

 

—El principio de la «inviolabilidad del individuo» fue finalmente incorporado a la «Declaración de los Derechos Humanos», que fue aprobada por la Asamblea Nacional Francesa en 1789. Esta declaración de derechos humanos constituiría una importante base para nuestra propia Constitución de 1814.

 

—Pero todavía hay mucha gente que tiene que luchar por estos

 

derechos.

 

—Sí, desgraciadamente. Pero los filósofos de la Ilustración querían afirmar ciertos derechos que todos los seres humanos tenemos simplemente en virtud de haber nacido seres humanos. Eso era lo que querían decir con «derechos naturales». Aún hoy en día se habla de un «derecho natural» que a menudo puede contrastar con las leyes de un determinado país. Todavía hay individuos, o grupos enteros de la población, que reivindican este «derecho natural» para rebelarse contra la falta de derecho, la falta de libertad y la represión.

 

—¿Y qué pasó con los derechos de la mujer?

 

—La revolución de 1789 confirmó una serie de derechos que serían válidos para todos los «ciudadanos». Pero «ciudadano» era más bien considerado el hombre. Y no obstante vemos precisamente en la revolución francesa los primeros ejemplos de la lucha de la mujer.

 

—Ya era hora.

 

—Ya en 1787 el filósofo ilustrado Condorcet publicó un escrito sobre los derechos de la mujer. Pensaba que las mujeres tenían los mismos «derechos naturales» que los hombres. Durante la revolución de 1789 las mujeres participaron activamente en la lucha contra la vieja sociedad feudal. Eran las mujeres, por ejemplo, las que iban al frente en las manifestaciones que al final obligaron al rey a marcharse del palacio de Versalles. En París se formaron grupos de mujeres. Aparte de la demanda de los mismos derechos políticos que los hombres, también pedían cambios en las leyes del matrimonio y en la condición social de la mujer.

 

—¿Obtuvieron esos derechos?

 

—No. Como tantas veces más tarde, la cuestión de los derechos de la mujer surgió en relación con una revolución. Pero en cuanto las cosas se tranquilizaron dentro de un nuevo orden, se volvió a instaurar la vieja sociedad machista.

 

—Típico.

 

—Una de las que más lucharon a favor de los derechos de la mujer durante la revolución francesa fue Olympe de Gouges. En 1791, es decir dos años después de la revolución, hizo pública una declaración sobre los derechos de la mujer. Ya que la declaración sobre los «derechos de los ciudadanos» no contenía ningún artículo sobre los «derechos naturales» de las mujeres, Olympe de Gouges exigió para las mujeres los mismos derechos que regían para los hombres.

 

—¿Cómo le fue?

 

—Fue ejecutada en 1793. Y se prohibió toda clase de actividad política a la mujer.

 

—¡Qué asco!

 

—Hasta el siglo XIX, no se puso verdaderamente en marcha la lucha de la mujer, tanto en Francia como en el resto de Europa. Paulatinamente la lucha iba dando fruto. En Noruega, por ejemplo, las mujeres no obtuvieron el sufragio universal hasta 1913. Y todavía existen muchos países en los que las mujeres tienen mucho por qué luchar.

 

—Pueden contar con mi apoyo.

 

Alberto se quedó sentado mirando al pequeño lago. Al fin dijo:

 

—Creo que esto era lo que tenía que decirte sobre la filosofía de la Ilustración.

 

—¿Por qué dices «creo»?

 

—No tengo la sensación de que vaya a salir nada más. Mientras hablaba empezaron a suceder cosas junto al agua. En medio del lago, el agua comenzó a salir a chorros desde el fondo. Pronto se levantó algo enorme y feo sobre la superficie.